Esta Navidad fui con mi marido y mi hija a ver nuestro castillo. Después de posponerlo varias veces por diferentes motivos encontramos el momento apropiado y nos fuimos para allá.
Esperando que empezase la visita porque Noelia nos avisó de que estaban los de la tele y teníamos que esperar, estuvimos paseando por la entrada. Mi hija se adelantó un poco y al momento vino muy emocionada.
-Mamá, mamá, allí abajo hay unas escaleras de caracol. Me vino a la memoria entonces cuando, siendo yo poco más o menos como ella, salíamos a dar una vuelta los domingos por la mañana por la Calle Mayor, y después de comprar panizo en Campanillas o en el Barbero nos íbamos hasta las escaleretas de la Iglesia a pasar el rato. El domingo que nos sentíamos intrépidas subíamos hasta allí, por las famosas escaleras que mi hija acababa de descubrir.
Recuerdo un día que una de las amigas nos dijo:- Esto era un castillo. El resto nos la quedamos mirando como si hubiera dicho algo raro.
Un castillo, vaya ocurrencia. A los nueve o diez años, y más por aquel entonces, asocias lo del Castillo a los cuentos de hadas. Y desde luego aquello tenía pinta de cualquier cosa menos de castillo de cuento…
Pero ahora la fábula parece ha cogido forma. Parece que está bien encarrilado, y parece que al final puede que todos seamos felices y comamos perdices disfrutando de esta joyica.
Disfruté mucho de la visita. A la vez que escuchaba a Noelia pensaba que era la primera vez que estaba en una visita guiada en mi pueblo. Eso ya empezaba a sonar importante. Me gustaba la idea. Le dije a mi hija que parte esencial de la Historia de España se había desarrollado en aquel salón en el que estábamos. La cría me miró raro, eso sí. Ahora sé que no le produce ninguna sensación, pero estoy segura de que algún día sabrá disfrutarlo.
Cuando nos marchamos le di las gracias a Noelia. A mí personalmente me hizo pasar muy buen rato. Luego nos fuimos a dar una vuelta por La Muela. Aquel día empecé a redescubrir mi pueblo. Ese querido pueblo al que todos, o casi, hemos tratado bastante mal. Pero algo parece que cambia. El trabajo bien hecho y el tesón suelen dar buenos frutos y éste ha sido el caso. Todos sabemos que falta mucho pero el camino es el bueno. Tenemos Castillo y eso no lo puede decir todo el mundo.
Ana María Cirac Martínez
Socia
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