El pasado mes de junio tuve la oportunidad de abordar la restauración de una imagen de gran importancia para Caspe: la escultura de su patrón San Sebastián, ubicada en la colegiata. Esta intervención ha supuesto un reto para mí, por dos motivos. Uno profesional, ya que las alteraciones que presentaba la obra exigían precisión y tiempo; otro personal, puesto que la imagen es de gran interés para la comunidad caspolina, de la que formo parte, y ello conlleva una gran responsabilidad. A continuación detallaré el proceso seguido, haciendo hincapié en dos aspectos clave de la restauración que en muchas ocasiones no se le da la importancia y atención que merecen: los criterios de intervención y el plan de conservación preventiva. Con este artículo pretendo no sólo poner de manifiesto el valor del patrimonio local, sino difundir las prácticas del trabajo de restauración actual y la importancia de ser abordado por profesionales titulados en la materia.
El primer paso antes de abordar cualquier restauración es la recopilación de información histórica, artística y material sobre la obra. Esta imagen de San Sebastián sabemos que fue adquirida en la inmediata posguerra, hacia el año 1940, tras la destrucción de la antigua imagen en el transcurso de la guerra. Así lo esclarece una breve mención al respecto en un documento redactado en la sesión ordinaria del ayuntamiento del 27 de diciembre de 1939. Su historia ha sido muy tranquila desde entonces, tan sólo alterada por un cambio de ubicación. Tras la construcción del retablo de la virgen del Carmen por parte de Amadeo Paltor a finales de los años cuarenta, la imagen pasa a ocupar la hornacina de la calle derecha de mismo hasta nuestros días. Así pues, por su valor histórico, la obra no presenta una importancia relevante.
En lo referente a los valores artísticos y materiales, la obra tampoco presenta gran interés. Está realizada mediante un procedimiento semi-industrial y en serie, y con unos materiales y técnicas muy comunes: está fabricada, a partir de un molde, con varias capas de escayola (alternadas por tela de arpillera para darle consistencia y dureza) y posteriormente policromada con pintura sintética de carácter oleoso.
Si sus valores históricos, artísticos y materiales no son destacables, entonces, ¿qué valores impulsan y justifican su restauración y preservación? Precisamente los valores que no son tangibles: el valor inmaterial. San Sebastián, como patrón de Caspe, despierta una gran devoción entre los vecinos de la localidad y su figura ha estado siempre ligada a la ciudad del Compromiso. En ocasiones estos valores inmateriales quedan eclipsados por la importancia de la belleza estética o la riqueza de los materiales. Pero en este caso el culto y devoción son fundamentales y claves para explicar la importancia de esta obra para Caspe y justifican una intervención de mantenimiento para devolver a la pieza sus valores originales.
Una vez estudiados los valores de la obra es el momento de describir su estado de conservación, analizar las alteraciones que presenta, evaluar los motivos que han causado las mismas y establecer en consecuencia un diagnóstico general. La imagen presentaba algunas alteraciones de menor importancia, como eran la acumulación de polvo y partículas de depósito accidental o la presencia de excrementos de insecto en determinadas zonas. Sin embargo, las principales alteraciones que presentaba eran las pérdidas volumétricas y de policromía repartidas por toda la obra, pero que se concentraban en especial en la zona de la base y en el perímetro que rodea a las saetas. Estas alteraciones debían ser subsanadas por una restauración, no solo porque ofrecían un daño estético sino porque implicaban también un daño estructural y podían favorecer futuras alteraciones de otro tipo. Así pues el estado de conservación de la obra era bueno pero era necesaria una intervención para subsanar algunos daños.
Tras evaluar el estado de conservación y antes de abordar la intervención de la obra hay que definir una serie de criterios que nos sirvan de guía y establezcan límites a la toma de decisiones por parte del restaurador. A estas normas se les denomina criterios de intervención, establecidos y revisados por una comisión de profesionales internacional e interdisciplinar. Dichos criterios han sido puestos en práctica y aceptados en su mayoría por todas las instituciones y organismos europeos. Sería muy extenso enumerar en este artículo todas las indicaciones y limitaciones a tener en cuenta en una restauración, dado que atañen a muchos aspectos de la intervención. Por tanto, y para más información, recomiendo la lectura de la obra de Cesare Brandi Teoría del restauro (ed. Alianza, 2011, Madrid), que es la base sobre la que se plantean todos los criterios de intervención modernos.
A grandes rasgos existen dos tipos de criterios, los generales y los específicos. Los generales son aquellos que se aplican a todo tipo de obra y que forman la base sobre la que trabaja todo profesional: es el reflejo del código ético del restaurador. Los criterios específicos hacen referencia a los utilizados de forma concreta en una determinada obra en base a sus características propias. En el caso de San Sebastián los criterios específicos planteaban sobre todo la intervención en una obra que no es de museo sino que es de culto y procesional, con todo lo que ello conlleva (salir al exterior, ser manipulada de forma regular…).
Estos criterios son muy importantes, ya que ponen límites a las decisiones tomadas por el restaurador y evitan que se produzcan daños no deseados, intervenciones perjudiciales y una mala praxis. Resulta imprescindible que estos criterios sean estudiados, reflexionados y puestos en práctica por profesionales en la conservación y restauración de bienes culturales, las únicas personas capaces de comprenderlos y aplicarlos, sin llegar a mal interpretarlos. Para ello hay que servirse siempre de la ayuda de profesionales en otros campos (química, biología, historia del arte…): debe ser un trabajo interdisciplinar. Y es aquí donde nace la verdadera importancia y necesidad de dejar en manos de profesionales la intervención en patrimonio histórico: no se trata sólo de un trabajo de habilidad manual, sino que exige disponer de un bagaje teórico en múltiples disciplinas y realizar una profunda reflexión intelectual previa a la práctica.
Una vez establecidos los criterios de intervención, realizado un diagnóstico sobre el estado de conservación y con toda la información histórica, artística y material, es lícito poder abordar un tratamiento a la obra, previamente propuesto de forma teórica. En la escultura de San Sebastián se comenzó por una limpieza de la suciedad superficial, donde se dio prioridad a los métodos mecánicos frente a los químicos. Por ello se utilizaron gomas de diferentes durezas y, en la suciedad más adherida que no era posible eliminar de forma física, se utilizó una solución acuosa de pH y concentración iónica controlados para retirar la suciedad sin alterar el estrato de color. Al mismo tiempo se eliminaron de forma mecánica los excrementos de insecto repartidos de forma puntual sobre la superficie de la obra, utilizando la punta de un bisturí y con la ayuda de lentes de aumento para garantizar la precisión de la operación.
Tras esta limpieza se procedió a la reintegración volumétrica, que consistió en rellenar todas las pérdidas de soporte con un material afín al original. Por ello se utilizó escayola con gran cantidad de carga (para hacerla más porosa que la original, de modo que no pudiera causarle daños o tensiones) y con una pequeña cantidad de cola animal, en torno a un 1% en volumen, para garantizar su adhesión. Una vez seca y perfilada la superficie de la reintegración, se procedió a darle una capa de color para camuflar la laguna. Se utilizaron acuarelas y de todos los métodos de reintegración cromática, en base a los criterios específicos de esta obra, se optó por una reintegración imitativa (algo totalmente desaprobado en otro tipo de obras, como por ejemplo las de exposición museística). Por último, y puesto que es una obra que se presupone que será sacada al exterior del templo al menos una vez al año y que va a ser manipulada, se consideró como medida preventiva aplicar un barniz. Tomando como guía de nuevo los criterios propuestos, se decidió por un barniz mate y aplicado en spray, lo que genera una capa muy fina y transpirable, que no altera la percepción estética de la obra.
Aunque el proceso de intervención directo sobre la obra ha terminado, todavía queda un proceso de intervención indirecto sobre la misma, que tiene como objetivo prevenir futuros daños y reducir riesgos innecesarios. Es el denominado plan de conservación preventiva, un documento de redacción y aplicación indispensable para garantizar la integridad de la obra en el futuro. Y es que, como se suele decir, más vale prevenir que curar.
En este documento se detallan, entre otras muchas cosas, las condiciones ambientales óptimas a las que se debe conservar la obra (temperatura, humedad relativa, intensidad lumínica…), el protocolo a seguir en caso de que caiga agua sobre la imagen (en el caso de que sorprenda una lluvia durante un pasacalles, por ejemplo) así como las medidas preventivas para evitarlo. También se incluyen en este aparado los materiales y métodos de limpieza que pueden y no pueden utilizar los cofrades para eliminar la suciedad de la superficie, normas y consejos sobre cómo manipular la obra, y la mejora del sistema de anclaje de la imagen a la peana para evitar daños. Todo esto hace que este sea un apartado muy importante en todo proyecto de intervención: no sólo se trata de restaurar, sino también de conservar. De hecho, la práctica actual sobre el patrimonio histórico ofrece prioridad y apuesta siempre por la conservación antes que por la restauración.
Y así es como termina la restauración de esta imagen de San Sebastián, que tanto interés y devoción ha despertado siempre en Caspe, y cada vez más, a juzgar por los pasacalles celebrados en los meses de agosto, que cada vez son más multitudinarios. Sin embargo, aunque la restauración ha terminado, el proceso de conservación de la obra nunca acaba y es una fase fundamental, no sólo porque evita una futura restauración, sino porque concierne a toda la población. No hay que olvidar que el Patrimonio y su conservación es responsabilidad de todos los ciudadanos, en cuyo proceso deben intervenir de forma activa.
«Llegará un momento en que creas que todo ha terminado. Ese será el principio» (Epicuro).
Antonio Pitarch Moré
Conservador y restaurador de Bienes Culturales
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