Ésta es una categoría muy próxima a la anterior. La sintomatología puede confundirnos con frecuencia, pues tanto aspecto externo como maneras y modos de relación social son similares; recíprocamente son sujetos que tienden a inducir en nosotros una contratransferencia casi idéntica a los milorchos. Si bien no se trata de un error que vaya a tener consecuencias fatales, sí es fuente de malentendidos frecuentes que pueden dificultar la relación, a veces inevitable, con el sisampo. No consideramos, pues, ocioso conocer cuáles son los rasgos diferenciales en este síndrome y cuál su etiopatogenia, con la que, sin duda, se relacionan.
Si atendemos a la facies, muestra el sisampo una expresión de feliz estulticia que contrasta con la ligeramente triste que veíamos en el milorcho. Con el paso del tiempo irá evolucionando hacia una cierta satisfacción que para los otros es raramente comprensible. Contratransferencialmente allí donde el milorcho podía llegar a conmover ciertos sentimientos de piedad (aunque no siempre), el sisampo los promueve de repugnancia. Estos efectos son más acusados cuanto mayor sea el tiempo que nos relacionemos con estos pacientes, y, como las facciones de la cara, se van acusando progresivamente con el paso de los años. Por lo demás muestran para las relaciones sociales semejantes limitaciones que los milorchos y la atrofia de su sentido del humor es quizá mayor, si cabe, pudiéndose afirmar que para el sisampo es inexistente.
Quizá emparentada la palabra con «sessus» (asiento en latín), es familiar el término al de «sieso» (que es ano en castellano) y que se utiliza en algunas zonas de España (Andalucía, p. e.) con el mismo sentido que sisampo en Caspe. En efecto, allí donde el milorcho es más bien propenso al estreñimiento (sufrimiento que irá escribiéndose en su cara), el sisampo denota, por la flacidez de las facciones, su tendencia a producir unas heces de escasa consistencia; sin llegar a padecer trastornos diarreicos, más bien podemos decir que encuentra en la defecación un momento placentero y feliz que no le va a suponer esfuerzos ni retentivos y expulsivos.
El punto anterior nos pone sobre la pista de la etiología de este síndrome. El sisampo se desarrolla en su su primera infancia en el seno de una familia en la que la madre lleva los pantalones con la tácita anuencia del padre. Lejos de ser hostil al niño, cuando éste muestra su agresividad y empieza a soltar sus gases y malos humos al exterior, contempla su desarrollo divertidamente ordenando al padre hacerse cargo de estos y otros regalos. El padre, por lo general otro sisampo, acata dócilmente las iniciativas de la mujer. El sisampé ama a su mamá, no podría ser de otro modo, y se muestra un competidor que, a puro blando, supera al padre (entre otros motivos porque jamás va a requerir a su madre relaciones sexuales completas). Vivirá pues una infancia idílica con su progenitora, para la que es un juguete sobre el que ejercer su dominio mucho más absolutamente que sobre el padre, al que consolará con una dieta rica en calorías.
Cuando el sisampo busca compañera trata de encontrar una capaz de hacerle feliz jugando con él como lo hiciera su mamá. Generalmente mujeres de moral disipada o con el deseo, consciente o no, de que se disipe, son las candidatas que acaban haciéndose con esta alhaja. El sisampo suele proceder de la burguesía comerciante y su posición económica acostumbra a ser desahogada. La consorte se hace cargo del negocio familiar o consigue suficiente dinero para emprender uno nuevo para la pareja; dicho negocio será administrado por ella, quedando él como un empleado más que juega a propietario. Ella es, a menudo, infiel, aunque no son raras las que hartas de trajín llevan una vida de castidad. Al igual que las heces, la pasta del sisampo va saliendo del negocio y siendo administrada, a veces con éxito y prudencia, por la fulana (ahora «de tal»).
Podemos filosofar que los sisampos cumplen una misión social importante al permitir la realización personal y profesional de las mujeres que, de otro modo y dado su temperamento, hubieran tenido escasas oportunidades.
Arturo Alcaine Camón
Debe estar conectado para enviar un comentario.