Las tradiciones más sencillas son, a la vez, las que más cariño despiertan. No hacen falta grandes montajes, ni gastos desorbitados para conseguir ser nombrado y admirado. En Romanos, en la Comarca Campo de Daroca, solo se han combinado la buena voluntad y las ganas de compartir un buen rato alrededor de una práctica a la que se le atribuyen reminiscencias medievales. La gastronomía y los usos del lugar se mezclan para crear una celebración única, la de las migas y el vino en teja, tan arraigada en la localidad que ha sido declarada Fiesta de Interés Turístico de Aragón.
El acto tiene lugar por las fiestas de San Bartolomé, siempre el día 26 de agosto, caiga cuando caiga. Algunos cuentan que forma parte de la tradición desde hace más de 200 años, aunque la primera referencia documentada data de 1926. Consiste en un reparto popular de comida y bebida durante un pasacalles por las principales vías de la localidad, acompañados por la música que pone una charanga y en un ambiente de armonía y diversión. Se entregan dos ingredientes muy típicos en las fiestas aragonesas: migas y vino. Pero lo que convierte a la de Romanos en una celebración especial es que los participantes no los reciben de la forma más habitual.
En realidad, la fiesta empieza una semana antes del 26 de agosto, cuando un grupo de voluntarios se reúne para preparar las migas. Siempre han sido hombres, aunque aseguran estar abiertos a la incorporación de las mujeres. Se les llama “migueros” y se encargan de cocinar los kilos necesarios para satisfacer las necesidades de todos los que van a participar en la celebración. En los últimos años se han utilizado las migas de entre unas 1.200 a 1.300 barras de pan. La receta tradicional tiene únicamente dos elementos básicos, el pan y el ajo. La diferencia con otras elaboraciones está en que en lugar de ser fritas son escaldadas, es decir, que las migas secas se revuelven en aceite y se cuecen brevemente.
El vino corre a cuenta de la voluntad de los vecinos. Durante mucho tiempo, la costumbre era que todos pusieran una parte para que no faltara el líquido en la fiesta. Hoy en día este ingrediente sigue dependiendo del patrocinio de algunas personas del municipio, que se encargan personalmente del suministro.
Con todo preparado, el 26 de agosto las migas salen a la calle en varios carretillos de forja especialmente acondicionados para el acontecimiento. Su estructura permite transportar unos baldes de plástico de considerables dimensiones en los que se encuentran las migas. En otro de los carretones se prepara un caldero de zinc tradicional para almacenar el vino. Lo curioso es que el paso de la bebida desde sus recipientes habituales al caldero, debe hacerse ya a través de la teja de barro que luego adquirirá especial importancia durante el acto.
Los propios “migueros”, vestidos con traje tradicional para la ocasión, se encargan de transportar los carretillos y de repartir las migas y el vino. Pero ojo, porque en Romanos no hay tenedores ni vasos que valgan. La costumbre obliga a comer y beber de una forma peculiar. Las migas se reciben en las manos colocadas a modo de plato. Allí te las deja algún miguero con una rasera y de allí te las tienes que comer, a bocados. En principio puede resultar difícil, sobre todo si queremos evitar derramar parte de lo que nos han dado. Y al final, cuando quedan pocas, es curioso ver como la gente se relame las manos.
El vino hay que tomarlo desde una teja tradicional, de las que se han utilizado siempre para tapar los tejados. De hecho, la misma pieza de alfarería se ha utilizado durante años para este fin, pues la costumbre advierte de que debe ser la teja más antigua del pueblo. Esta se convierte en una rampa por la que se deja caer el néctar de la uva. Se echa con un almud, instrumento de medida utilizado desde la dominación árabe de la Península para calcular las cantidades de bebidas o de áridos. Es necesario agacharse para situar la boca en el extremo más bajo de la teja. A esa altura bebemos lo que el “miguero” habitual echa desde el almud. Nosotros mismos decidimos el vino que queremos beber, avisando con un gesto para que se deje de derramar.
Antes de empezar el reparto, a las puertas del Ayuntamiento, la tradición obliga a ser deferentes con los regidores municipales. Ellas y ellos son los primeros en probar las migas y el vino en la forma debida. Seguidamente, dan el permiso para repartir las viandas al resto de las personas que se concentran allí y para que empiece a sonar la música.
Alrededor de los que siguen el ritmo de la charanga comiendo migas y bebiendo vino, se distribuyen algunas personas que portan una escoba tradicional, con hebras de palma o mimbre. Están atentos al cambio de música porque, cuando acabe cada canción, empezarán a balancear la escoba en círculos, a la altura de los hombros, y todo el que no se agache puede recibir un buen golpe. Además, los de la escoba tienen también la misión de castigar a aquellos que osan a comerse las migas en un plato o con un tenedor.
Todo el mundo que quiera puede repetir migas y vino, mientras haya existencias y hasta que no se termine el recorrido tradicional del pasacalles. Si antes este acto servía para animar una tarde de las fiestas a los propios vecinos, reunidos desde todas partes durante el verano, en las últimas décadas de se ha convertido en todo un evento turístico, cultural y gastronómico que atrae también a los habitantes de la Comarca Campo de Daroca y otros muchos turistas interesados por las tradiciones o, simplemente, con ganas de fiesta, multiplicando la población. Es un interés merecido, porque las migas y el vino en teja de Romanos es una tradición que merece la pena conocer.
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