Invocando recuerdos

Mi padre llegó a Caspe en los primeros días de la Batalla del Ebro. Tiempo más tarde pudo reunirse con toda la familia: esposa, suegra y por entonces su único hijo. Se quedó en Caspe, ya que desde el primer día encontró trabajo de su oficio, panadero, primero en un horno propiedad de alguien acusado de ROJO, donde trabajó según creo para lo que ahora llamamos Cruz Roja (entonces Ayuda Social), y después en el horno de Mariané (Plaza Soberanía). Ya estando en su nuevo trabajo, nació mi hermana y por último nací yo. Vivíamos en la calle Rosario 43, 2º piso, justo frente a la virgen del mismo nombre.

Calle Rosario, en los años 60 (Col. Alejo Lorén)

Como mi familia era catalana, se relacionaba con gente procedente de esta región: Amadeo Paltor, Francisco Vidal, que fue muchos años cobrador de la luz (oficio ahora desaparecido), y que era vecino de la calle, etc.

Compañeros míos de estudios fueron: Barceló (con una gran mancha en la cara) que vivía al final de Coso; su primo Caballú, distribuidor su familia de cervezas; Escuín, carpintero; hijos mayores del brigada de la Guardia Civil, Gómez; Conchita Navarro, del Coso, hija única y con una molienda de olivas en la planta baja de su casa; Carmen Callau, con una tienda muy cerca del Ayuntamiento, que se casó, pasados los años, con Campos; Antonio Pallarés, mucho tiempo bedel del colegio de los franciscanos; Portolés, tanto Albiac, como Montané; Aparicio de la pastelería; Relancio, etc.

He estado cincuenta años fuera, y casi cuarenta y cinco sin pisar esta tierra. Si que veo cambios, y realmente muchos. Antes, el cementerio estaba lejos del pueblo. No lo han cambiado de lugar, pero ahora, mas allá de él, todavía hay zona industrial. Antes, por la carretera de Maella, el pueblo terminaba en el Asilo. Y el castillo, que hasta hace poco no supe su nombre (Salamanca), estaba abandonado, así como toda esa montaña hasta el cementerio.

En verano íbamos al río, a «la fontaneta». Supongo que ahora no podrá ser, por dos motivos: no hay río, por una parte, y por la otra está toda la parte lúdica, junto a la presa.

La Balsa, ocupaba gran parte de la calle del mismo nombre. Cuando se eliminó quedó una enorme plaza, donde ahora hay una fuente que no solo alegra el espacio si no que sirve de rotonda.
De lo último que recuerdo de la plaza, ya sin balsa, fué que ENHER, descargó en ella una retro excavadora, ya que la plataforma que la llevaba no podía girar en el puente sobre el Guadalope. Supongo la máquina iba destinada a alguna obra por la Herradura.

La Balsa, a mediados del siglo XX (Archivo AGG)

De los cambios más notables, el castillo de detrás de la iglesia. Antes no había nada, solo porquería, la cárcel y los juzgados.

La circulación también es diferente. La calle Mayor, peatonal, impide pasar por el centro. Ahora medio pueblo tiene circunvalación.

Cuando llegamos a Caspe, al principio no supe situarme. Toda esa parte está diferente.

Ahora mi ciudad parece una Ciudad; antes era pueblo. Junto a mi casa había un cestero, que hacía su trabajo en la calle; Talleres Fontoba cortaba y soldaba hierros en la calle. Mi padre, creo era los jueves, cortaba los troncos que debía gastar durante la semana próxima, en la calle. Por la carretera de Chiprana, pocas casas había pasada la Balsa. A unos cientos de metros cuatro casas y un bloque de pisos.

Recuerdo que para el martes de Pascua, íbamos a San Bartolomé a comernos un dulce que llamábamos «la mona». Siempre, hiciera frío o calor, un señor se lanzaba a las aguas del Ebro.

Como podéis ver, me acuerdo de muchas cosas de aquella época. Los domingos por la tarde íbamos al cine Goya, donde proyectaban la película del sábado. Su precio, 1 peseta. Bajaron dicho precio cuando se hizo otro cine. No digo el nombre del propietario por que solo me acuerdo de su apodo, y no se si alguien se podía ofender al escribirlo. También tenía la pista de baile. Y en verano, un poco más abajo del Goya, había cine al aire libre.

Había tres colegios, que recuerde, a los cuales he ido: el de las monjas, con la hermana Pilar, donde los niños solo podían estar hasta la Primera Comunión; las Escuelas, públicas como ahora; y junto a los Franciscanos el Instituto, donde el director fue durante tiempo don Marceliano. Uno de los profesores que más me marcó fue el Sr. Alloza, de Alcorisa.

Carmelo y esposa

Otro día seguiremos…

Un abrazo.

Carmelo Jordá

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