Honesti Galve: «Todavía sueño con Percuñar»

Sus alumnos la recuerdan por el nombre de Ernestina, que es con el que la bautizaron, pero en su casa es Honesti -de Honestidad-, como quiso llamarla su padre. Nos recibe en casa de su hija, en Villanueva de Gállego, esta octogenaria activa y alegre que reconoce que su época más feliz la pasó en Caspe, concretamente en Miraflores, acompañando a su hermana, Bondad Galve Carbó, maestra nacional. Honesti daba clases de corte y confección a las muchachas, por las tardes, y cuidaba de los niños en la hora del comedor y en los ratos de recreo. Vivieron dos años en la escuela de Percuñar, de 1958 a 1960. Trasncurridas casi  décadas, el sentimiento de gratitud hacia los huertanos sigue tan vivo como el primer día. 

Este es un extracto de la entrevista, que forma parte del libro Miraflores. Historia de una huerta, que presentamos este sábado a las 18 h. en el Grupo Escolar. ¡Y esperamos que Honesti y Bondad nos acompañen!

Honesti, en el exterior de la escuela.

Honesti, ¿cómo os reciben los vecinos y cuál es vuestra primera impresión de la huerta?

Todo lo que te diga es poco. Aquella gente era maravillosa. Humilde, buena, muy generosa. Fíjate, recuerdo que cuando marchamos de allí y nos fuimos a La Muela (Zaragoza), a los pocos días de empezar el curso bajamos a Zaragoza a ver a una tía nuestra. Al preguntarnos qué tal en nuestro nuevo destino, rompimos a llorar las dos. “Que no me gusta esta gente, tía”, le decía yo, que no son como los de Miraflores. Y mi tía: “mira, en aquel pueblo os adoraban y vosotras les adorabais a ellos. Como si fuerais familia. No va a ser fácil ni para vosotras, ni para ellos… ni para la nueva profesora que tengan ahora”.

¿Cómo era el día a día en la escuela?

Los niños se quedaban a comer en la escuela, aunque cada uno traía la comida de casa. Es que algunos venían de bastante lejos, igual media hora andando o más, y con nosotras estaban seguros y atendidos. Los llevábamos de excursión, a veces incluso venía Don Jesús Jiménez con sus alumnos de las escuelas y nos juntábamos todos. Yo jugaba con todos y me lo pasaba en grande. Cogíamos cangrejos, setas, espárragos… Y luego nos los daban. Yo les decía: “¡no, no, que es para vosotros!”, y ellos: “mire, señorita (porque nos llamaban así), mi padre trae todos los días espárragos a casa, así que quédeselo usted, porque yo estoy aborrecida de tanto espárrago”. Te partías de risa con algunos.

¿Iban de vez en cuando a Zaragoceta, la huerta vecina? ¿Había rivalidad?

Para nada. Es más, al poco de llegar a Percuñar inauguraron la iglesia de Zaragoceta (que no es ermita, porque tiene Santísimo). Pues una de las chicas del corte cogió un carro y allí nos fuimos todas, a fregar el suelo y a limpiarlo todo, de rodillas. Estaban también, claro, las alumnas de su escuela, cuyas maestras eran igualmente hermanas. Si no recuerdo mal, la madre vivía con ellas. Su padre, que había sido Guardia Civil, era muerto.

En la inauguración de la iglesia de Zaragoceta. 1 de noviembre de 1958.

Han pasado casi 60 años. ¿Recuerdan el nombre de algún alumno?

Recuerdo a Paquita Bel, con la cual nunca hemos perdido contacto. No tenía padre y su madre estaba delicada y al cargo del abuelo y un tío. Nos la traíamos a la escuela muy pronto, puede que ni tuviera aún la edad de escolarizarse. Y me acuerdo también de Antonio, un chico muy gracioso. Muchos años después, siendo yo casada, fuimos una vez mi marido y yo a pasar el día a Miraflores, porque quería ver todo aquello otra vez. Íbamos con el coche por un camino y nos cruzamos con un hombre. Le dije a mi marido que parara un momento. El otro hizo lo mismo. Nos miramos y en seguida nos reconocimos. ¡Vaya alegría! Nos dijo que se había casado precisamente con la maestra de la escuela (se refiere a Antonio Beltrán, casado con Celia Franco). Recuerdo que nos pasó al coche todos los melocotones que llevaba.

Honesti, ¿si nacieras de nuevo y te dieran a elegir, volverías a Miraflores?

¿Cómo? ¡Ahora mismo! ¡Pero para toda la vida! Es donde más feliz he sido en mi vida. Todavía sueño con Percuñar. Me ayuda y me emociona evocar lo vivido allí.

Amigos del Castillo

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