Hace poco, poco tiempo, en un país muy, muy lejano saltaba una de las noticias más controvertidas de la industría del entretenimiento. La todopoderosa Disney, dueña del emporio ABC, Buenavista, Marvel, Pixar y del ratoncito Mickey, compraba el pequeño emporio de Lucasfilm, la gran empresa madre propiedad de George Lucas formada por auténticas leyendas del medio como Industria «Light and Magic», «Lucas arts», y lo más importante, la empresa que gestó la saga de «La guerra de las galaxias».
Cuatro mil millones de dólares tuvieron la culpa. El irredento George Lucas, que había jugado al margen del Hollywood tradicional gracias al remanente proporcionado por sus saga interplanetaria, sucumbía a la industria y había decidido vender su legado al mejor postor. La Disney no tardó nada en anunciar una nueva trilogía de películas que nos situaría treinta años después de lo acaecido en «El retorno del Jedi». Las acciones de Disney subieron como la espuma y la expectación, que ahora se dice»hype», subió como la espuma.
¿Y porque les cuento todo este rollo macabeo de industrias de Hollywood que no le interesan a nadie?. Pues porque es imposible entender esta película, y valorarla por lo tanto, si nos olvidamos de que esto es un negocio. Disney es el mayor emporio de entretenimiento del mundo y cuatro mil millones de dólares no es ninguna tontería de cifra.
Por otro lado están los aficionados a Star wars, los que idolatran la trilogía original (las precuelas no existieron nunca, fue un fallo en Matrix), consumen su universo expandido en libros, comics y videojuegos y llegan a saber más del tema que el propio Lucas. Estos no son muchos, pero son los mejores publicistas de la marca «Star wars», sin esa masa critica tan incondicional, tan presente en Internet y tan entusiasta, seguramente el consumidor medio no tendría a la saga tan presente en su corazoncito.
Y así nace el acontecimiento cinematográfico del año. Dos años de secretismo absoluto y bulos acerca de la trama y el destino de los personajes. Una campaña publicitaria de marca «Star wars», casi dejando a la peli en segundo plano. E Internet echando humo con noticias y rumores casi a diario, literalmente.

Primera lectura del supuesto primer guión en un almacén de Ikea con el reparto principal al completo.
Pongámonos por un momento en el lugar de J.J Abrams. ¿Y tú que habrías hecho en su lugar? Te juegas parte de tu carrera, tu buen nombre, tu corazoncito de fan y la posible estigmatización de por vida. Reconozcámoslo, aunque quedara muy bonito decir que uno habría dado un puñetazo en la mesa o nos habríamos ido a mitad de producción, la verdad es que todos hubiéramos hecho lo mismo que él: aguantar, hacer malabarismos e intentar quedar bien con todo el mundo. sabiendo lo que sabes hacer. Y lo ha hecho. Con sus tropiezos y disimulando para que no se le note, pero lo ha hecho.
Y por fin llega el día. Y la película se estrena a la vez en todo el mundo. Menos en China.
Star wars: el despertar de la fuerza es una oda de amor a la trilogía original. No inventa nada nuevo. Pero lo que intenta, al menos lo consigue. Es reconocible y sigue el patrón de la trilogía original rozando lo obsesivo. La forja del héroe que ya inventaron los griegos, algo de misticismo religioso oriental, imaginería fascista, chistes bien escogidos, un poco de culebrón venezolano por aquí, naves espaciales por allá, acción espléndidamente rodada y un malo icónico. Y tiene a John Williams, por supuesto.
Personalmente, mi impresión de El despertar de la fuerza podría describirse como un amor tormentoso y fútil. Un amor al que no se le puede pedir más, porque no da más de sí y además es imposible. Como un: «Me gusta todo de tí… menos tú». La amo porque me ha devuelto a Star wars. Porque me dejó pegado a la butaca desde la fanfarria inicial al fundido a negro. Porque sus personajes nuevos molan y los clásicos aguantan el tirón. Porque formalmente decide ser más clásica que moderna, y eso hoy en día es abrir un camino. Porque recupera el buen gusto por los efectos especiales tradicionales. Porque el operario de cámara no tiene parkinson (sólo esto es para levantarse en el cine y aplaudir). Porque es dinámica, divertida, emocionante y tiene los planos más bonitos desde El imperio contraataca. Y sobre todo, porque Star Wars, nos guste o no, habita en nuestro ADN, es cultura popular en mayúsculas. Es volver al calor de la hoguera a escuchar las historias del más viejo de la tribu, es como contemplar al juglar recitar los cantares de gesta, como los cuentos tradicionales que trataban, a su manera, intentar explicar y simplificar el mundo.
Y la odio porque si Disney hubiera dado más libertad, tiempo y confianza a J.J Abrams, posiblemente se hubiera alejado un poco más del episodio IV, y estaríamos ante la mejor entrega de la saga de todas las sagas.
Fernando Bolaño
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