Fundido a Negro (I): Crítica a Interstellar

Rabia, rabia, rabia ante la agonía de la luz.
Dylan Thomas (1914-1953)

Si hay un director del cine actual capaz de generar intensos debates en las redes sociales, un cineasta cinematográficamente «polémico», un director acostumbrado a encontrarse permanentemente en el punto de mira de los «puretas» del séptimo arte, un cineasta que despierta por si mismo una ingente cantidad de odios y alabanzas por igual, ese es el director británico Christopher Nolan. Película a película, proyecto a proyecto, igual que una bola de nieve que crece y crece, el inglés se ha convertido en uno de los fenómenos de su generación. Su carrera, que aún podemos considerar como corta, ha evolucionado al mismo tiempo que las redes sociales cambiaban no solo nuestro modo de ver las películas y disfrutar del cine, sino también nuestro modo de hablar de cine y de discutir sobre cine. Si hace unos años nuestra ávida ansia de debate cinéfilo solo podía ser apaciguada por un pequeño círculo de amigos también cinéfilos (el que los tuviera) o por medio de revistas especializadas, ahora tenemos comunidades enteras de amantes del cine dispuestos a hablar de cine o «matar» por sus ideales estéticos a un solo «click» de distancia.

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Y ahí, en este peligroso mundo de críticos de cine a tiempo parcial luchando por ser los mejor valorados en filmaffinity o acumular «likes» en las horas perdidas, es donde el cine del británico se mueve como pez en el agua. Pues Nolan, aunque a veces se empeñe en lo contrario, no deja de ser un cineasta de su tiempo. Diría más, precisamente por ser un cineasta de su tiempo, precisamente por recoger lo mejor, y a veces, lo peor, del cine del siglo XXI, Nolan es el más odiado por muchos, pero a la vez, el director más exitoso de lo que llevamos de siglo.

En este contexto tan hostil, después del irregular cierre a su relación con el hombre murciélago, Nolan ha decidido dejar atrás la tierra y embarcarse en su particular odisea espacial. Y como siempre, unos sacaron los cuchillos a afilar y otros fueron preparando su mejor repertorio de loas y alabanzas. Y el resultado final no ha dejado indiferente a nadie. Como siempre, desde que diera con la tecla en «el caballero oscuro», ha encantado a los de siempre y ha dejado fríos (por decirlo suavemente) a los de siempre.

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La primera sensación tras ver Interstellar es que Nolan los tiene bien cuadrados. Dicho de manera fina: Nolan es un valiente, casi casi un suicida cinematográfico. Sin embargo, los que le odian, los que no le pueden ni ver, dicen que su sapiencia cinematográfica es solo superada por su ego. Y no les falta razón.

A decir verdad solo un tío con un ego como la Basílica del Pilar sería capaz de regalarnos el último tercio de película que nos ha regalado, sólo él sería capaz de mirar a los ojos a todos sus haters y sacársela encima de la mesa como la hecho. Sin remilgos. Sin aspavientos. Y siendo coherente con la historia que acaba de contar.

Y por eso el sentimiento que deja Nolan después del primer visionado de la película es jodidamente contradictorio. Después de haber acompañado a Cooper en ese viaje sin retorno hacia el misterioso horizonte del agujero de gusano  te sientes un poco Nolaniano y un poco Nolan hater, y solo un segundo y hasta tercer visionado puede desnivelar  la balanza hacía unos de los lados.

Ahora, tras verla en otra ocasión, hay cosas que me van quedando más o menos claras. En mi opinión, estamos visualmente hablando ante el film menos personal de Nolan, y ante el más bello, pues el espacio está rodado como si fuera un paisaje que encuadra la historia y no como una excusa para meterte el 3D en vena. Es un crimen no ver tamaño espectáculo visual en cine, con un sonido decente. La película puede pasarse de explicativa en ocasiones, pero ese el precio a pagar por querer contar tantas cosas y conseguir recaudar más de 600 millones de dólares en tan sólo un mes, personalmente, no me molesta las palabras de más de la Hathaway o la sobreexposición de las motivaciones de Cooper. Mención especial a la subtrama de Michael Caine, cuyo dilema moral resulta mucho más profundo de lo que a priori puede parecer. El tema del ecologismo, el progreso tecnológico contra el propio ser humano, el instinto de supervivencia y las motivaciones del héroe son sólo algunos de los temas que aborda interstellar sin la necesidad de moralizar o sermonear. Sin embargo, estos temas son apenas pinceladas para dar más densidad a la historia. Y al final, en realidad, Interstellar es algo mucho más simple que todo eso. Interstellar  se lanza a las estrellas para contar una  pequeña gran historia de amor paternofilial, y logra su propósito desde el principio, pues la película logra mover algo en el corazón del espectador en más de una ocasión, y eso, en una peli del espacio, es un logro sin paliativos. No me emocionaba tanto una peli de ciencia ficción desde «Gattaca» de Andrew Niccol.

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En cuanto a las interpretaciones, me imagino que el verdadero Matthew MacConaghey debe estar haciendo surf en alguna isla del pacífico mientras su hermano gemelo secreto y talentoso pone su nombre entre los grandes actores de  su generación. Otra explicación a semejante cambio radical no le veo, la verdad. Mención especial para la actriz infantil que interpreta a Murphy, Mackenzie Foy, que transmite mucho sin resultar cargante. Si el trabajo actoral es bueno, la banda sonora firmada por Hans Zimmer es todavía mejor. La música del compositor alemán le da el tono épico y solemne que la película necesita, y  su ritmo machacón eleva las escenas de tensión al infinito. Con  un par de temas principales, un órgano de acústica eclesiástica y unos sintetizadores, el compositor de cabecera de Nolan sigue sin fallarle, al igual que Michael Caine.

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En conclusión. Nolan firma otra gran película y da un par de pasos hacia delante en su carrera. En ciertos tramos estamos ante la mejor pieza de su filmografía, pero no la más redonda. Nolan se ha empeñado en dar un paso más hacia adelante, en ahondar en las emociones y dejar en un segundo plano, a modo de telón de fondo, el cine de efectos y giros mortales de guión (resulta difícil defender esto cuando estamos ante una odisea espacio-temporal, pero es así), pero en algún punto Nolan mira hacia atrás, siente el vértigo, el miedo irracional hacia lo desconocido, y decide recular y acabar la película en su zona de confort, tal y como la hubiera acabado hace diez años. Y eso, sólo eso, es lo que me impide decir que estamos ante la mejor película de su filmografía y ante un clásico instantáneo de la ciencia ficción.

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Solo el tiempo dirá si Nolan es el nuevo Kubrick o el nuevo rey Midas de Hollywood. Personalmente no lo veo aún jugando en esa liga, aunque progresa adecuadamente. Más bien diría que en el Hollywood copado por  directores de videoclip reciclados de momento el cineasta británico es el rey. Ésta no es la película de su batacazo definitivo como algunos snobs anunciaban. Y el debate en las redes está siendo más encendido que nunca a causa del  tan traído realismo «científico» de la película. Así que tenemos polémica para rato. Internet se encargará de que el público siga con ansías las noticias sobre su nuevo proyecto. Mientras, unos seguirán afilando los cuchillos y otros decidirán adentrarse dócilmente en esa noche quieta. Y nosotros, con la mera excusa de Nolan, hablaremos de cine, que al fin y al cabo es lo que importa, hasta el amanecer.

Fernando Bolaño

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