En el 30 aniversario de la muerte de D. Jesús Jiménez

Hijo de maestra (Doña Esperanza Pérez), y siguiendo su ejemplo, fue educador dentro y fuera de las aulas. En su clase de 4º de EGB era práctico, serio y fiel a los métodos de la vieja escuela, dando especial importancia al Lenguaje y las Matemáticas como pilares del resto de asignaturas y haciendo hincapié en la lectura y en la atención, ayudándose a veces para esto último de su “varita mágica” -actualmente inconcebible-, recordada con cariño y sin rencor por algunos de los que comprobaron sus efectos. Era el único profesor que impartía clases de Educación Física.

D. Jesús Jiménez, con su clase. Curso 1971-72

Al terminar el curso y a lo largo de los tres siguientes años se convertía en «padre adoptivo» de varios ex-alumnos suyos, a los que proponía, de manera alterna y normalmente por parejas, acampar los fines de semana en invierno y cada tres días en verano para realizar actividades en contacto con la naturaleza. Además de las labores necesarias para la convivencia en grupo. En el periodo estival, habitábamos una torre de unos 20 metros cuadrados con pajar para dormir, hogar para fuego bajo y estante con dos baldas, que estaba situada entre el antiguo horno de cristal de Masatrigos y el puente del mismo nombre, disfrutando de las posibilidades que ofrecían las inmediaciones del río. También, esporádicamente, en tienda de campaña fabricada con materiales reciclados. El resto del año, el destino habitual fue un mas con dos alturas y una era para las labores del campo en la partida de Zaforas, rodeada de varios balsetes y antiguos poblados iberos, celtas y romanos, de cuyos yacimientos recuperábamos trozos de vasijas, herramientas de sílex y algunas monedas que exponía en unas vitrinas del aula, junto a otra con animales de la zona disecados.

Todas las excursiones se realizaban en régimen de semiautosuficiencia, aprovechando al máximo los recursos del entorno y sin dejar apenas huella de nuestra estancia.

Montañés de nacimiento, montañero de vocación, colaborador y aficionado a la arqueología, fue siempre ejemplo y defensor de la sostenibilidad ambiental, mucho antes de que se planteara como imprescindible para el futuro de las próximas generaciones.

Querido por sus familiares y amigos, respetado por los que le conocían y, a los ojos de los preadolescentes a los que dedicó gran parte de su tiempo libre, una excelente persona.

Después de tres años de intensa relación maestro alumno, y tras otros ocho sin apenas vernos, se fue sin poder despedirme de él.

Gracias, Jesús.

Marcos Cirac

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