El ideal de Aragón en el arte

¿Existe un “alma” de Aragón? ¿Somos los aragoneses una “raza”? ¿Qué nos identifica? A principios del siglo XX, estas cuestiones formaban un debate abierto en la cambiante sociedad aragonesa que, de una u otra forma, tuvo su reflejo en la obra de diferentes artistas. La Universidad de Zaragoza nos propone un interesantísimo acercamiento a este concepto de identidad regionalista a través de la exposición Ideal de Aragón: Regeneración e identidad en las artes plásticas (1898-1939) que cuenta con más de 50 obras y que hemos disfrutado en el Paraninfo de Zaragoza hasta el 3 de mayo.

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A lo largo de las primeras décadas del siglo XX artistas aragoneses y españoles dedicaron parte de su atención artística a representar el paisaje y la gente de Aragón. ¿Por qué? Podría parecer que se trata de obras de de carácter romántico o de tipo costumbrista en las que se nos muestra la realidad de una época: momentos de la vida cotidiana o condiciones sociales. Sin embargo, este tipo de obras van más allá y participan de la necesidad de crear un concepto ideal de lo aragonés acorde con la corriente regionalista que se desarrolló entre la élite comercial e industrial de ciudades como Huesca, Teruel y, fundamentalmente, Zaragoza.

La transición entre los siglos XIX y XX fue un periodo de gran crisis. Ante la decadencia política, la desigualdad social y el atraso económico, las corrientes de pensamiento regeneracionistas apostaban por una transformación social profunda que condujese a Aragón hacia progreso y la modernidad; conceptos que se habían convertido en verdaderos paradigmas de futuro y prosperidad. Sin embargo, esta pretendida modernidad también amenazaba con destruir las relaciones sociales de un mundo rural que todavía estaba vigente en la población y seguía muy presente en las ciudades.

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En este contexto ideológico de contrastes entre lo urbano y lo rural, entre lo moderno y lo tradicional, el regionalismo apostaba por una solución que hiciese convivir el progreso y la tradición como única vía de garantizar un futuro ilusionante. Y para ello era fundamental lograr identificar lo que se vino a denominar “alma” o “raza” aragonesa, es decir, el espíritu del ser aragonés. Una tarea difícil en la que el arte y los artistas estaban llamados a tener un papel fundamental. Por eso, fueron continuas las convocatorias de premios artísticos y la organización de exposiciones desde instituciones tan emblemáticas como el Centro Mercantil, Industrial y Agrícola de Zaragoza, el Circulo Oscense o el Ateneo Artístico Turolense.

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En la exposición Ideal de Aragón: Regeneración e identidad en las artes plásticas (1898-1939), comisariada por el especialista Carlos Castán, especialista en pintura regionalista aragonesa, podemos contemplar una cuidada selección de este tipo de representaciones artística que se nos presentan en dos ámbitos diferenciados: “Tentativas de regeneración” y “Rasgos de identidad”.

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Todas las infraestructuras relacionadas con el aprovechamiento y la gestión del agua también formaban parte de la simbología del progreso: representación de embalses, pantanos y regadíos. Y muy especialmente una obra de gran importancia como el Canal Imperial de Aragón. Todo ello, sin renunciar a representar el agua y los ríos como parte inseparable de la propia sociedad, de la comunidad, como podemos contemplar en obras tan significativas como Los placeres del Ebro del zaragozano Marín Bagües (Leciñena 1879).

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Una sociedad en la que los protagonistas del cambio, la burguesía urbana, siguen representándose en sus retratos de un modo tradicional y clásico. Sin ningún tipo de novedad. Incluso alejados de lo moderno y encuadrados en paisajes tradicionales. Así podemos ver a don Francisco de la Sota retratado por Justino Gil Bergasa en los campos de Valdespartera con la imagen del castillo de Valmadrid en la lejanía.

En búsqueda de esa “alma” aragonesa, o de la también llamada “raza”, encontramos un buen número de obras donde el paisaje y la gente que lo habita sirven de inspiración. Fundamentalmente, porque en este lenguaje regionalista el paisaje aragonés es redescubierto como reflejo de esa buscada “alma” como parte de la esencia eterna e inmutable.

Un paisaje y una naturaleza idealizados en la que también los hombres se integran de forma ideal. Creando una atmósfera de equilibrio perfecto y de sociedad idílica en perfecta simbiosis: La naturaleza colma de frutos al hombre a través de un trabajo ligero y agradable en buena medida gracias al uso de su ingenio y a la colaboración de la comunidad. “Una alabanza del campo frente a la decadente y monstruosa ciudad”.

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En este ideal de Aragón también encontramos una búsqueda del prototipo de aragonés que va mucho más allá de la representación de sus trajes tradicionales. Se trata de alcanzar auténticos paradigmas del carácter aragonés. Un carácter que fue asociado a virtudes como la fortaleza y la robustez, propia de toda cosa inmutable y eterna. Y también a valores como sinceridad en oposición a la mentira y el engaño, que se consideraban más propios de la sociedad urbana.

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Y todo ello a través de una selección de obras en las que se reconocen diferentes recursos artísticos, algunos al hilo de las más modernas vanguardias artísticas del momento: Del realismo Juan José Gárate o Julio García Condoy, pasando por el cubismo de Ramón Acín, hasta la utilización de recursos tomados del futurismo en La Jota de Marín Bagües.

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