El bombardeo no admite mediocridad

Recuerdo cuando bombardearon el polvorín de ahí arriba (se refiere a la Torre Salamanca). Me pilló en el palomar con mi tía Carmen. Estábamos en el Collao, pero habíamos venido con la burra a comprar. Teníamos al animal en la puerta, ya para machar. Me dice mi tía: lo que puedas sacar, hija mía, sácalo ahí al lado de al burreta. Recuerdo un sifón, que lo dejé al lao de la burra. Empieza el bombardeo y comienza a caer grava por la placeta. La tía María la clavija, que estaba muerta de miedo, se acercó:

– No puedo ir con tú, Carmen?

– Pero tía María, si estamos ahí muchos, si no cabremos en el pajar.

Sin decir nada, coge y se marcha por los palomares abajo, dejándome ahí en la puerta con la clavija. Las piedras golpeaban en el sifón. Cling, cling. La burra ni se movió; agachó las orejas. Cuando marchamos para allá, el Surtidor estaba trizas: caballos, personas… Había un burro reventado, con los budillos colgando y nos siguió hasta el matadero, relinchando, detrás nuestro, hasta que se desplomó. A mi me escarramaron allí en el burro; la otra mujer se agarró ala coba de la burra y vino con nosotras hasta el Collao.

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Fue justo después de comer. Estábamos por la era, en la Val de la Zó, y vimos cómo aparecían cinco aviones por la sierra de Vizcuerno. Volaban levemente rumbo a Caspe y descargaban unas cosas brillantes. Al sentir un ruido enorme nos metimos en el mas.

En el surtidor habían unos soldados dando de abrevar a las caballerías, y luego civiles, incluidos niños. Recuerdo a dos conocidos suyos, algo más mayores, que por entonces tendrían 10 u 11 años. Uno era hijo del ninglo y otro era un fuino.

Cayó una bomba dentro del surtidor y mató a caballerías y humanos, esparciendo sus restos por los árboles y la plaza. Pasados unos días, los marranchoneros, vecinos de la plaza, no hacían más que sentir un olor muy desagradable y fuerte. No hacían más que mirar al suelo. Al final, un día, a uno se le ocurrió acercarse a los árboles y descubrieron que en uno de ellos había una pierna humana pudriéndose.

Extractos del testimonio de Antonia Puñer y José Bordonaba, respectivamente.

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