Este jueves se presenta en la Iglesia de Franciscanos el libro «La Columna. 65 años de historia compartida», de nuestro compañero Alfredo Grañena. Hemos querido charrar un ratico con él, para que nos cuente el proceso de elaboración del libro -en el que colaboramos-, su opinión sobre la Semana Santa de Caspe, etc. Este es el resultado.
AACC: ¡Por fin!
Alfredo: Sí. Ha costado, la verdad.
¿Cuánto tiempo llevabas trabajando en este libro?
Algo más de un lustro. Aunque con intermitencias.
¿Era necesario tanto tiempo?
A tenor de los visto… Sí. Mira, todo esto nació hace casi seis años, cuando la cofradía decidió celebrar su 60 aniversario realizando una exposición fotográfica en El Quijote, que tuvo continuidad al año siguiente en la Casa Barberán. Creo que para entonces ya había empezado el trabajo “de campo”, es decir, las entrevistas a los cofrades más antiguos. El “problema” viene cuando entiendo que para contar la historia de la Columna debo referirme también a su relación con las otras cofradías, especialmente las de Franciscanos, a su adaptación a los distintos momentos históricos, etc. Para ello, fue necesario tirar de hemeroteca y recoger testimonios de muchas otras personas, cofrades de otras hermandades, para obtener una visión más global.
¿Cuántas entrevistas has realizado?
Aproximadamente ciento cincuenta. Para esta publicación he usado unas cien. En muchos casos no han sido presenciales. Mandaba por email o por carta una serie de preguntas, personalizadas para cada cofrade, y ellos me respondían con sus vivencias.
¿Tan importante era para el resultado final entrevistar al mayor número de gente posible?
Sí. Lo tuve claro desde el primer momento. Quería que fuera un proyecto coral. Por eso, entre otras razones, me ha costado tanto hilvanarlo. Ha sido como un gran puzzle que he tenido que ir encajando poco a poco, procurando dar voz al mayor número de gente posible. Espero haberlo conseguido.
¿Alguna entrevista que recuerdes con especial cariño?
Muchas. De las presenciales, recuerdo muy vivamente la conversación con Carmen Piera, que me contó el trajín de la víspera de la primera procesión, buscando flores por las casillas y los campos. Y su gran compromiso. Su hermano, Antonio, uno de los fundadores, murió en 1982 pero ella asumió su cuota de cofrade. Lamentablemente, Carmen murió hace un par de años. Siento mucho que este libro no lo vaya a leer. También fue muy emotiva la entrevista a Rafa Sanahuja. Quedamos para echar un café en el Quijote y estuvimos toda la tarde hablando y recordando. Acabamos emocionados, porque ambos hemos visto la cofradía en horas muy bajas y ahora nos sentimos muy satisfechos del punto en el que nos encontramos.
Y de los testimonio escritos
Citaré dos. Por su extensión, el de Enrique Zárate, que, como muchos jóvenes, pasó de la Rondalla San Antonio a la cofradía, en los primeros años sesenta. Se fue de Caspe en el 67 o así, pero no dudó a la hora de poner por escrito un gran número de reflexiones de su etapa de cofrade. También me encantó el testimonio que me mandó desde Salamanca uno de esos chicos del barrio de La Muela que a mediados de los setenta se apuntaron en masa a La Columna. Todavía queda una buena representación.
¿Has bebido de algunas fuentes documentales?
Sí, claro. La memoria oral es muy importante, pero es imprescindible tirar de hemeroteca y de archivos. Tuve la fortuna de acceder al archivo franciscano conservado en Valencia, magníficamente custodiado por Josemari Falo. Allí, en las crónicas conventuales, que es algo así como el “diario de abordo”, encontré el dato definitivo de cuándo procesionaron por vez primera todos los pasos de Franciscanos. Hasta la fecha, se han escrito mucha inexactitudes. Hemos de exigirnos rigor y seriedad. La nuestra es una Semana Santa de Interés Turístico en Aragón, y hay que demostrarlo.
También nos acercamos a Olot (Gerona), al archivo del taller El Arte Cristiano, donde se adquirieron la mayoría de las imágenes que procesionan en nuestra Semana Santa. No «pescamos» mucho, pero sí conseguimos el dato definitivo de cuándo se había encargado la imagen del Cristo atado a la columna. Mereció la pena.
¿Es un libro solo para cofrades de La Flagelación?
No. Para nada. Lo he estructurado en dos partes, y si bien la segunda sí que está centrada en el resurgir de la banda, a mediados de los años ochenta, y su evolución hasta la actualidad, en la primera dedico mucho espacio a las otras cofradías, porque me interesaba especialmente poner blanco sobre negro en su proceso de formación, en la adquisición de las imágenes, en el Caspe de posguerra, duro y trágico, de luto, de represión velada, de silencios y rencillas. Todo eso no se cuenta en el libro… pero se entrevé. Fíjate, las dos primeras cofradías en procesionar tras la guerra Civil son la formada por las viudas e hijos de los “Caídos por Dios y por España” y la integrada por los “excautivos de los rojos”. Imagínate cómo serían las procesiones en esos primeros años de posguerra.
Volviendo a La Columna. ¿Qué la hace especial como para merecer una publicación?
Nada que no tengan las demás, imagino: ilusiones, vivencias, alegrías, desencuentros… No te negaré que La Flagelación ha tenido históricamente un espíritu innovador. Este domingo, sin ir más lejos, se ha realizado un concierto estupendo en la Colegiata, a cargo de la Rondalla Caspolina, y sus propulsores han sido dos cofrades nuestros. No hemos tenido ningún miedo a introducir cambios, porque, al menos en su historia reciente, La Columna ha estado formada por gente con una visión muy particular de la Semana Santa.
La Columna se funda en el año 1949 por diez hombres sencillos, una cuadrilla de amigos, con el objetivo de llenar un hueco en las procesiones. No hay un hecho luctuoso detrás, ni es fruto de una donación (El Cristo, por ejemplo, lo dona a los Franciscanos una señora que había perdido a sus dos hijos en la contienda). Nuestra cofradía nace más como un divertimento de amigos que como una promesa o una necesidad de perpetuar unas ideas vencedoras en el conflicto bélico. Esto no nos hace ni mejores ni más guapos, pero sí que, en cierto modo, va a marcar una forma muy aséptica de concebir la tradición, lejos de cualquier lastre.
¿Podrías ser un poco más concreto?
Nosotros creemos que las tradiciones no son inamovibles, sino que pueden revisarse y adaptarse a los tiempos en los que vivimos. No nos ata nada. Recuerdo cuando quisimos introducir la capa a nuestro atuendo. Hubo quien, incluso en la propia cofradía, lo vio como una burla a la tradición. “Si nunca se ha llevado capa, ¿por qué ahora?”, decían. “Y por qué no?”, decíamos los que defendíamos la propuesta. Hay que ser decididos y no tener miedo de hacer cosas nuevas. Si no sale bien, o no gusta, se vuelve al estado anterior y tan contentos. Es necesario buscar nuevas fórmulas que motiven a los jóvenes a no descolgarse y que inviten a los niños a seguir apuntándose al tambor.
¿Cómo recuerdas la Semana Santa de tu infancia?
Recuerdo mucha desigualdad y mucho desorden. Yo siempre quise ser del Nazareno. Era impresionante verlos desfilar. El día del Encuentro me ponía con mi madre en la barandilla de los jardines de la Colegiata y contábamos la interminable fila de tambores. La Piedad le iba un poco a la zaga, pero el resto de bandas, salvo quizás La Cama, que siempre ha tenido un bloque muy compacto, éramos muy pocos. A veces nos sentíamos como unos parias al lado de las dos grandes potencias.
Recuerdo también el poco cuidado de los cofrades en la vestimenta: zapatillas de deporte, túnicas casi por la rodilla y sin planchar… Digamos que cada uno iba a su aire y parecía no importarle a nadie.
Con sinceridad. Estando a 20 minutos de la Ruta del Tambor, ¿es turísticamente vendible la Semana Santa de Caspe?
Por supuesto. Es más, si estuviéramos a 50 minutos sería menos vendible. La cercanía con la Ruta no es un handicap negativo, puesto que hace que, en ocasiones, aparezca por Caspe algún despistado y repita al año siguiente. Las nuestras son procesiones enormemente serias, sin alharacas, con ese toque castellano de austeridad y recogimiento. Eso sí, hay cosas por pulir. Muchas. Debemos ser más solidarios. Apoyarnos entre las cofradías. Luchar por sacar adelante proyectos que nos benefician a todos. Y tenemos que ser exigentes a la hora de desterrar definitivamente los toques cuartelarios, las marchas castrenses de corneta. Comprendo que hubo un tiempo que los turutas tocaban básicamente lo que aprendían en la mili; pero no debe ser excusa. No nos hacemos ningún favor, por ejemplo, tocando el Quinto levanta la noche de Jueves Santo, en la que se conmemora la muerte de Jesucristo. A veces las cosas más triviales son las más difíciles de cambiar, porque son hábito y están muy interiorizadas. Pero es necesario esforzarse, porque lo que para nosotros es mera diversión puede considerarse una proyección turística de nuestro pueblo. A mi, personalmente, me gusta ser recto y riguroso en este punto.
Acabamos. ¿Con qué estampa de la Semana Santa caspolina te quedas?
Difícil respuesta. Te voy a decir tres: la procesión de Ramos, por la explosión de alegría, y que la vivo intensamente, ya que mi abuelo materno era fundador de La Burreta. Procuro salir ese día con ellos, para empujar el santo y rendir mi pequeño tributo a mi abuelo y a mi tío Florentín. En segundo lugar, por lo espectacular, por la plasticidad, la imagen, La Sentencia. La escena de Jesús atado a la Columna ante Pilatos, con la escalinata como marco extraordinario y al fondo el Retablo Mayor de los Albareda… se te ponen los pelos de punta. Creo que turísticamente es la procesión más interesante, por lo original. Lástima que sea en día laboral. Por último, por lo que me transmite, por la congoja que me provoca, me quedo con el «andar» triste del Nazareno calle Mayor arriba, visto de espaldas y de lejos, el Martes Santo, con el Sagrado Corazón al fondo. Confieso que todos los años he de tragar saliva para que no se me escapen las lágrimas.
AA.CC
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