Adela y Cauvaca

Era una torre toda de piedra, sin vuelta, de una sola planta, en la cual básicamente metíamos los aperos propios del campo. El amo era Gonzalo Pérez Morales. Cercanas a la nuestra estaban las torres de Naguila, la de los gavines (Manuel y Valero) y la de los fraileros. Con todos teníamos muy buena relación. Se estaba muy a gusto allí.

Sobre 1960. Adela, con sus padres, su hijo, una prima y el perro, Trisqui, en la torre.

No vivíamos allí, pero mi padre iba todos los días a trabajar las tierras, que estaban partidas para tres: Piquer, Agustín carbaza y lo nuestro. En alguna ocasión se dormía allí, cuando alguna faena propia del campo lo precisaba. De hecho, tenía un primo en Barcelona que su felicidad era venir a pasar las vacaciones a Caspe. Lo llevaba mi abuelo con el carro y si estaban en Cauvaca ocho o diez días, lo que quisiera, dormía en el pajar y cada día bajaba al río a bañarse. Acostumbrado al jaleo de Barcelona, aquello le daba la vida.

Sobre 1960. María Gascón, Paco Zaporta, Adela Palacios y Dolores Ráfales, en un día de San Bartolomé, delante de la ermita.

            Accedíamos a la huerta andando, cruzando por la Palanca, o en carro, por detrás del Molino Alto, pasando por debajo de la vía. Hacíamos tomates para la conserva, melones, hortaliza… todo lo que te puedas imaginar.

            San Bartolomé se vivía a lo grande. Todo el pueblo se reunía en la alameda y se pasaba un día fenomenal. Alguno aprovechaba para festejar. Mira, mi hijo se echó novia en San Bartolomé… y hasta hoy!

            Cuando vino el embalse no nos dieron nada de compensación. Nosotros éramos solo los medieros. Imagino que al amo le darían lo que fuera.

Extracto de la entrevista realizada a Adela Palacios el 29 de agosto de 2014 y publicada en el libro «Cauvaca. El paraíso perdido», editado por nuestra asociación dentro de la colección Tedero.