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La imagen no es que sea en blanco y negro sino que los tiempos eran de blanco y negro. Esas Semanas Santas donde el respeto al desfile procesional era unánime. Los comercios cerraban y los locales y tabernas apagaban sus luces al paso de los santos. La Procesión del Santo Entierro. El silencio casi producía miedo.

Por eso yo tenía ganas de crecer, de que me diesen un capuchón, para que no pudiesen ven mi cara de miedo, y entrar a formar parte de la banda de tambores y bombos; pero parecía que allí había que penar primero con la cruz antes de pillar un tambor.

Cuando a mis tres años me dijeron que debía de portar una Cruz en la procesión, reconozco que me asusté. Pensé en una Cruz como la del Nazareno y no paraba de repetirme: no sé si yo sólo podré…

Cuando me dieron la piltrafilla de cruz que llevo a cuestas, me avergoncé y pensé que para eso mejor una cruz como la del Nazareno.

Por eso me ven ustedes ahí, tan serio, tan concentrado en mi trabajo, sujetando la Cruz con las dos manos, como tiene que ser. Me fijo que no llevo corona de espinas… Sería cuestión de medidas.

Lo cierto, es que cuando alguien ve una fotografía en blanco y negro, no puede percibir la realidad total del instante. Tan sólo son capaces de ver la realidad del momento los protagonistas que están en ella y el fotógrafo, porque fueron ellos los que ese segundo lo vivieron a todo color.

La túnica hasta un dedo sobre el suelo. Nunca quiso mi padre que enseñáramos ni la punta del zapato. El capuchón bien recto, ni hacia atrás, ni hacia adelante.

Esa parada obligada, en el primer callejón de la calle Vieja después de la Plaza, ya de retiro hacia la Parroquia, es aprovechada por el fotógrafo para inmortalizar esa España de Blanco y Negro, donde esos dos niños con la Cruz a cuestas escoltaban a ese grupo de abuelas que procesionaban detrás de Jesús Nazareno y delante de los grupos de relevos portantes del paso.

Yo miro a la cámara, como sólo se puede mirar cuando tienes tres años, con la mirada limpia. La señora de negro me mira, con cierta compasión, adelantándose a lo que podría ocurrir. Y lo que podía ocurrir, inexorablemente, ocurrió.

Estamos en 2014 y yo he crecido, ya no soy ese niño, pero la cruz ha crecido directamente proporcional a todos los errores que he cometido en esta vida, lo cual me obliga a llevar un Cireneo permanentemente pero a todo color.

Cada cual que lleve su cruz. Y así lo llevo haciendo prácticamente desde que nací.

Carlos Juan Borroy

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