Qué solos, qué tristes, dejamos los muertos…

Hoy he vuelto a la Cruz del Capellán… hacía mucho tiempo, años, que no la visitaba. Cuando lo hice por primera vez tendría yo unos ocho o nueve años. Seguro que, dada la proximidad de la misma con lo que fue mi territorio de infancia, la finca del amo en el Capellán, ya habría estado alguna vez antes.

Pero fue aquel día cuando tenía ocho o nueve años, cuando, de repente, la Cruz del Capellán pasó, de alguna forma, a pertenecerme. La primera vez que sentado al pie de la misma tuve conciencia de aquel paisaje…de aquel nuevo territorio.

Cruz nevada 2gY me acostumbre a ir a la cruz. Y allí aprendí a diferenciar los olores y colores de cada estación. Los colores vivos del despertar de la primavera y el olor de las primeras flores mezclándose con el de las primeras alfalfas cortadas. El verano, luminoso y seco, con olor a mieses recién cortadas acompañado por las jotas de los segadores. Los ocres del inicio del otoño y el olor a los maices que anunciaban la llegada del invierno. La belleza triste, con poca luz, y el olor a frio del invierno mezclada con el olor a leña quemada en  los hogares de las torres.

Y también mis primeras lecturas, Twain, Dickens. Defoe, Verne, Salgari llegaron hasta la Cruz. Y cuando llegaron los primeros amores adolescentes fueron los libros de poesía, la poesía siempre se ha llevado bien con el amor, los que me acompañaban en la Cruz del Capellán. Bécquer, Machado, también llegaron hasta allí.

Y seguía disfrutando de todo lo que aquel maravilloso entorno me ofrecía para alimentar mis sueños de adolescencia mientras contemplaba el plácido discurrir de los carros por el viejo camino de tierra…

Pero llegó  un momento en el que los caminos de la vida me alejaron de la Cruz del Capellán…y de “mi capellán”.

Durante algún tiempo aún la fui visitando de tarde en tarde encontrándola cada vez mas abandonada… la maleza iba, poco a poco, envolviéndola y haciendo el acceso más difícil. Y un día, no sé exactamente por qué deje de ir. Supongo que alguno de los caminos de la vida me alejo definitivamente de ella.

De repente, no hace mucho tiempo, vi una foto de la Cruz del Capellán. De mi cruz. Y contemplándola mi memoria recupero aquellos olores, aquellos colores, aquellas jotas…aquellos recuerdos…los recuerdos de uno de mis paraísos perdidos a lo largo de la vida.

Y decidí volver allí.

Y hoy he vuelto a la Cruz del Capellán. Y he vuelto llevando en mis manos aquel ejemplar de las “Rimas y Leyendas” de Bécquer que leía allí hace ya tantos años.

Y la Cruz, y el entorno que he encontrado, ya nada tienen que ver con mis recuerdos. El viejo camino de tierra es ahora casi una carretera asfaltada por la que circulan todo tipo de vehículos de motor.

Las entrañables torres se han ido desmoronando y sus tejados muestran las heridas del paso de tiempo…la  viejas chimeneas ya no anuncian con sus humos la vida que había dentro…las zarzas, enredaderas, etc. se apoderan poco a poco de lo que queda de sus paredes.

Ya no huele a alfalfas, maíces, mies o flores…huele a cerdos…y por supuesto ya no se oyen jotas…

El abandono de la Cruz es total…la maleza ya no me permite acceder hasta la misma para sentarme en su base a leer como entonces…aunque como el discurrir de los carros por la tierra ha sido sustituido por el ruido de los motores de los vehículos que ahora transitan por allí la lectura y la reflexión serena tampoco es ya posible.

Nada tiene ya que ver con aquel paraíso perdido de mi infancia y adolescencia…

Aunque de repente pienso que en realidad la Cruz me haya servido de excusa para buscar, desde una edad en la que ya se adivina el final del trayecto, a aquel muchacho que a sus leía e imaginaba sendas que nunca recorrería y sueños que nunca se cumplirían. Pero  aquel muchacho ya no existe… como a la cruz lo ha envuelto la maleza y las zarzas de la vida.

Y allí contemplando la Cruz he abierto otra vez el libro de Gustavo Adolfo Bécquer…curiosamente en la pagina que he abierto he podido leer aquella Rima de Bécquer que termina así:

“No se pero hay algo
que explicar no puedo
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo
el dejar tan tristes
tan solos los muertos”

He leído una vez más, con dificultad por su estado, la inscripción que figura en su pie:

“Detente caminante un momento
Eleva hasta mi silueta tu mirada
yo soy frescor en boca de sediento
y bálsamo en las almas laceradas”

Después, lentamente, he vuelto la espalda a la Cruz y he iniciado mi camino de regreso dejando atrás tan triste…tan sola…la Cruz del Capellán. Mi cruz.

Joaquin Cirac García

Octubre de 2008

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