España tiene una historia extensa y compleja, romanos, visigodos o musulmanes han poblado esta tierra, épocas de esplendor como la de los Austrias y de grandes conflictos bélicos como la Guerra de Independencia o de Sucesión. Todas ellas han ido dejando distintos sustratos que nos definen como pueblo.
Pero quizá el periodo histórico por excelencia que nos ha influido de manera especial ha sido: la Edad Media.
En el Medievo se formaron los diferentes reinos cristianos que terminarían uniéndose para crear una única corona. Se crearon culturas y lenguas que todavía influyen en la actualidad. Y el emblema de ese periodo, su símbolo, su obra material más significativa y prolífica, fueron los castillos medievales.
Estas construcciones sirven no solo como recuerdo de ese tiempo que les vio nacer, sino también para resumir nuestra propia historia. Su auge, su caída, su olvido y ahora su resurrección, explican mejor que ningún otro de nuestros monumentos, el devenir de España.
No es necesario desplazarse al Loira, ni a Escocia, ni a Gales ni al Rhin; para visitar una tierra de castillos. Solo tenemos que darnos una vuelta por cualquiera de las regiones de España. Dos de sus mayores comunidades los llevan por nombre, hay provincias como Jaén, Huesca o Soria donde proliferan de manera abrumadora. Hasta incluso los pueblos más pequeños de nuestra geografía, que sobreviven sin apenas población, suelen estar coronados, o lo estuvieron, por un castillo. Y aunque ya no queden restos de estas construcciones, todavía perviven calles que los recuerdan, porque sí, España es un país de castillos.
Nacieron cuando los reinos medievales todavía estaban formándose en las montañas del norte, fueron la clave de su avance y ejemplo de la tenacidad de sus reyes y sus gentes. Llegaron a dominar todo el territorio, como centinelas de piedra. Fueron la clave de la Reconquista, pero luego, al llegar la Edad Moderna, comenzó su declive. Caída que se prolongó durante las guerras del siglo XIX, cuando fueron destruidos por napoleónicos y carlistas. En el siglo XX no corrieron mejor suerte, no fue lo peor la Guerra Civil, sino el olvido y la desidia que vino después. Convertidos en cantera para casas y establos, en los años sesenta algunos de ellos llegaron a ser volados y otros simplemente desaparecieron olvidados.
Llegó el final de siglo, y el país despertó, y los castillos con él. Muchos empezaron a restaurarse, a transformarse en hoteles, ayuntamientos, sedes de instituciones o viviendas. Se catalogaron y protegieron, se rodaron películas y series de televisión. Y ahora, que muchos comienzan a cumplir ya mil años de existencia, los admiramos boquiabiertos, y recordamos su grandeza, su historia y, sobre todo, la de las gentes que los construyeron, nuestros antepasados.
Nuestro patrimonio es una de las grandes riquezas de España, lo olvidamos con facilidad, porque estamos demasiado familiarizados con él. Vemos a los castillos como un elemento más del paisaje, como si fuera algo normal. Pero no, no lo es. Porque no hay ningún país donde abunden tal cantidad, variedad y calidad como en el nuestro. Los castillos son uno de nuestros símbolos, porque son fortalezas militares, nada que ver con las construcciones palaciegas de otras naciones de Europa. En España los castillos eran máquinas de guerra, lugares poco propicios para residencia de nobles y reyes, fijaban fronteras, defendían reinos y sufrían tremendos asedios. Los castillos de España no eran lugares para bonitas princesas de cuento, sino para rudos caballeros con cotas de malla y espadas, para gentes valientes y tenaces, que edificaron sobre ellos lo que luego sería España. Escenifican la cultura y la determinación de un pueblo que ha sufrido muchas penalidades a lo largo de su historia, que ha tenido periodos gloriosos y otros de profundas y devastadoras crisis. Los castillos son un reflejo de estos avatares, quizá también ahora de un resurgir. Bien es verdad que queda mucho por hacer, cientos de fortalezas en las que intervenir, consolidar, restaurar, habilitar accesos, señalizar,… Pero Roma no se hizo en un día, y España tampoco.

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