A nuestros más jóvenes lectores, esos que van todo el día colgados del iphone como si no hubiera mañana, es posible que les resulte inconcebible que hubiera un tiempo en el cual no había el Plus en el salón, ni pavimento en las calles, ni desagües en las casas, ni calefacción central. Por no haber, no había ni agua potable en la mayoría de las viviendas.
Un paseo por nuestras calles, con los ojos bien abiertos y atentos a esos pequeños detalles en los cuales no solemos reparar, nos evoca un Caspe muy distinto al actual.
Vicente y Fernando Cirac aún recuerdan como «un acontecimiento de primera magnitud» la inauguración de una fuente para uso de boca en el chaflán de las calles Muro y Gibraltar. «Hasta entonces sólo había una fuente en la Placeta del Horno, y las mujeres del Pueyo, o de la calle Mártires sufrían muchas incomodidades hasta llegar allí, por la lejanía, por las cuestas y porque las calles estaban llenas de clotes, cuando no de barro y excrementos de caballerías», dice Vicente, que recuerda la presencia del alcalde Garrido, la corporación en pleno, los maceros y «una multitud de vecinos», como si la fuente que se ponía en funcionamiento vertiera oro y no agua. Quizá el agua entonces fuera poco menos que oro.
Algo tan liviano -a nuestros ojos de hijos del bienestar- era entonces un acontecimiento capaz de olvidar por un momento las amarguras de la posguerra.

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