Caspolineando

El pasado viernes recibí aviso de mi amigo Fito, que quiere comenzar una nueva sección en la web del Castillo y se va a llamar “Caspolinear”, un término que es cierto que empecé a utilizar cada vez que hacía alguna visita a Caspe. El gerundio caspolineando adquiere una dimensión mayor de la que uno se puede imaginar. Cuando mi esposa y yo decidimos ir «a caspolinear» lo que en realidad pretendemos, además de recorrer sus calles viejas, callejones y callejas, es poder disfrutar de la restauración de sus monumentos, que con tanta rabia, lucha y rasmia, la juventud de esta ciudad, con el consejo de sus mayores, ha sabido levantar. La Ronda de Boltaña canta muy bien eso de que el recuerdo vuelve tierno hasta el pan duro de ayer.

Vista de la colegiata y el castillo, desde un solonar de la calle vieja

Así, ahora podemos contemplar y visitar el Castillo del Compromiso, y es obligación de todos que sea un referente en Aragón, por historia y por lo que significó. La Ciudad de Caspe no puede permitirse tener el Centro de Interpretación de la Historia de Aragón tal y como la tiene en estos momentos. Un espacio tan importante como ese, con el material que custodia. El Ayuntamiento debería de ser consciente de lo que alberga, dotarle de más significado, publicitarlo más y colocarlo en el lugar que le corresponde (no su ubicación, que es magnífica ,sino su estatus). Gracias al Sr. Cirac lo pudimos visitar mi esposa y yo.

Pero bueno, además de esto, caspolinear es volver una esquina y encontrarte con Alfredo Grañena y coger un buen capazo con él; es dejarlo y ver que Javi está desmontando su tenderete de productos ecológicos (siempre se queja. Nunca vende lo suficiente, menos los tomates secos, que de esos tenemos acaparada la cosecha del año). Seguimos Calle Mayor arriba. Mientras le explico a mi esposa Ana dónde me llevaba mi padre a cortarme el pelo, en la plaza, y dónde estaba el Bar del Nonclo, vemos que bajan corriendo Marta Escorihuela y su sobrina Irene Burillo. Nos abrazamos, justo saludarnos, no quieren romper la media. En cuanto nos dejan le digo a mi esposa: “Éstas quieren bajar de los tres minutos, fijo». Mi esposa encoge los hombros y continuamos caspolineando.

Decidimos subir por la calle Tudón, y justo a mitad me quedo parado, en blanco: por la otra acera reconozco a Perico Samper, el de las aguas. Procesionaba con mi padre y nosotros en el Nazareno. Mi padre le encargaba nuestra custodia. No lo había vuelto a ver. No pude aguantar el impulso, crucé a grandes zancadas la calle me planté delante de él y le dije:

-Perico!

Su mirada parecía perdida. Tardó en concentrarse en mí.

-No me recuerdas?
-Eres el hijo de Manuel Juan, que tocaba el timbal en el Nazareno.

Lo abracé con todas las fuerzas que me quedan, que tampoco son muchas. El no movió un músculo y continuó su camino. Le seguí con la vista hasta que lo perdí metiéndose por el callejón que da a la calle Vieja desde la Placeta de la Virgen. La Torre de la Colegiata fue testigo de ese encuentro.

Mi esposa me susurró al oído:

-Estará caspolineando.
-Sí, seguro que sí. Lo mejor que se puede hacer cuando vienes a Caspe es caspolinear.

Cuando volvíamos, calle Mayor abajo, antes de llegar al Ayuntamiento le comentaba a mi esposa dónde estaba el cuartelillo de la Policía Municipal, la Biblioteca Pública o Radio Caspe, cuando una voz gruesa, como de hombre de mar, detrás de nosotros, nos grita:

-Sr Borruey, hace un café?
-Hombre, Don Joaquín Cirac, el hombre que susurraba a los osos en Rimer. Por el honor de mi abuelo Valentín que le acepto ese café y le explico un par de cosas. Además hoy me apetece conspirar.

A la gente que vivimos fuera nos ha gustado el verbo caspolinear. Creo que define muy bien lo que quieres y sientes por tu pueblo y sus gentes. Resumiendo, a groso modo, esto sería caspolinear. Disfrutar de Caspe, pero sobre todo de sus gentes. Moverse como antaño, a toque de sirena.

Nos falta orgullo. Hemos vivido demasiados años, generaciones, con complejos, sin darnos cuenta del patrimonio y el valor que teníamos a nuestro alrededor. El más importante, el de la palabra. Ese no lo hemos perdido. Basta echar un vistazo a las páginas que Fito ha creado para ver la participación y la actividad que tienen. A los caspolinos les gusta hablar, recordar a los suyos, preocuparse por sus vecinos y si hubiese que ir a esguaz!, pues todos a una a limpiar la acequia principal.

Levantemos la cabeza cuando oigamos el nombre de nuestra Ciudad. Sólo los traidores y malnacidos renuncian de la tierra que les vio nacer a ellos, a sus padres, a sus abuelos y bisabuelos y saben que en las noches de luna ven la misma luna que veían ellos y en los amaneceres el mismo sol que les acompañaba al tajo.

Sé que el Caspolino ausente me entenderá mejor, como Maite Galindo o Merche Fortuño, que también suelen utilizar esta palabra. A los residentes en Caspe tal vez os falte un poquico para sentirla de verdad. Tal vez a mí me sobre, porque yo siento la ausencia de lo que me falta, como notó José Antonio Labordeta la muerte de su hermano Miguel:

“Y todo el gesto duro

de la vida
se vuelca en mi costado
dañándome la ausencia
con que nos has dejado”
Nos haces una falta sin fondo»

José Antonio Labordeta

Este texto lo quiero dedicar a todos los caspolinos ausentes, pero sobre todo a cuatro amigos inseparables: Luis Gavín, Antonio Lasheras, Manuel Herrero y Manuel Juan.

Y a Agapito Fortuño y a Asunción Bru, en el primer aniversario de su muerte.

Carlos Juan Borroy
Zaragoza, Julio 2013

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