En la calle Fayón Alto, en el nº 5, en la casa donde han abierto un restaurante que, visto desde la calle, me causó una feliz impresión, un año antes de la gripe, es decir, el diecisiete del siglo XX, murió una señora de 84 años. En las tertulias que se formaban con los vecinos, antes de haber televisión, hablando de las pobrezas que habían pasado los abuelos salió a colación una anécdota de esta abuela.
Es curioso que recuerde la casa exacta, pero es muy sencillo. Era la misma casa que, cuando subíamos de las “Escuelas Nuevas” por San Roque, nos llamaba la atención porque tenía una rama de pino colgada sobre la puerta. Esta era la señal tradicional con la que se anunciaba un puesto de venta de vino, en este caso la taberna del Cinglo. Si entonces había en Caspe un 47 % de analfabetos, y en los tiempos anteriores muchos más, se entendía mucho mejor la rama de pino que cualquier clase de letrero. Si entonces aprendimos el significado de la rama de pino en la puerta de un establecimiento, pasados algunos años, cuando se empieza a curiosear sobre algunas etimologías, supimos que eran las tabernas donde se solían encontrar las mujeres de vida… “¡alegre?”, y por la rama de pino las “bautizaron”. Éstas, en la antigua Roma, se encontraban en los arcos del Coliseo. En latín arco es fornix, palabra de la que se ha enriquecido también el vocabulario propio del “gremio”.
Pero volvamos a la anécdota. Esa señora, que habría nacido sobre el año1833, fue recriminada cuando tenía unos diez años, o sea, por el 1843, por una mujer mayor, en la puerta de la parroquia, porque entraba a misa descalza. ¿Quia, no ves que ya’ires mayor pa’ir a misa descalza¡ ¡Veti’a casa a ponete algún calcero!
La niña que entraba descalza en la parroquia había pasado sus primeros siete años oyendo tiros y cañonazos de la primera guerra Carlista, y viendo que su pueblo se sumía en el dolor, en la violencia (las tres guerras carlistas fueron extremadamente violentas), en la miseria y en los muchos otros males que acompañan a las guerras.
Y entre liberales y tradicionalistas, moderados y progresistas, republicanos federales y unionistas, las guerras cantonalistas, las revoluciones, y Marruecos, Cuba y Filipinas, se paso la vida, la pobre, prácticamente sin conocer algún periodo de tranquilidad y de mejoría de las condiciones de vida y de justicia social, en aquella España que, al dimitir el rey don Amadeo de Saboya, la juzgó como “Jaula de locos”.
Es indudable que la penuria llegaba a todos, pero tratándose de la hija de una casa de labradores que vivían con lo suyo; que el lugar al que iba exigía decoro en el vestir y en el comportamiento; que las chicas han sido más cuidadosas en el vestir que los chicos, y que era día de fiesta, podemos deducir que los niños de las clases populares iban en su mayoría descalzos, por lo menos en el buen tiempo.
Antonio Domingo Cirac

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