Nunca suelo hablar de una charla, pero los que me invitaron, la asociación de Amigos del Castilo de Caspe, lo pidieron y me quedé sorprendido aquel martes en la semana del Compromiso. Acababa de presentar el libro ‘Canfranc, el oro y los nazis. Tres siglos de historia’ en San Sebastián y veníamos con el editor Joaquin Casanova, de Mira Editores, y la llegada a la capital del Bajo Aragón de la provincia de Zaragoza fue en medio de una tormenta. Mientras los caspolinos arreglaban sus trajes para celebrar el Compromiso, les fui a contar que Canfranc fue nuestra Casablanca en la Segunda Guerra Mundial. Primero les mostré un trailer sobre el documental ‘Juego de espias’ que codirigí con German Roda, para que conocieran a algunos de los héroes anónimos que hicieron de espías para los aliados, como Lola Pardo y Simone Casaubone, junto al jefe de la aduana francesa, Albert Le Lay, cuya fuga en varios taxis fue de película, como su regreso a Canfranc, porque no quiso ser ministro con Charles de Gaulle. Les conté que aquel agosto de 1944 se cantó la Marsellesa entre aragoneses, vascos y franceses cuando se expulsó a los nazis de la localidad fronteriza aragonesa, la única ocupada en España por las tropas de Hitler, por su doble nacionalidad de la estación internacional.
Explicamos en una entrevista con Joaquin Casanova que la nueva edición del libro, que nació en 2002, aporta la historia de 200 niños judíos que fueron salvamos del genocidio transportados desde Marsella hasta Lisboa pasando la frontera por Canfranc. Aportamos documentos históricos como el control de la estación por Hitler dese 1941, aunque sus tropas no llegaron allí hasta el invierno de 1942, cuando Francia dejó de tener una parte liberada. Esos primeros tres años permitieron a la Estación de Canfranc convertirse en la salida del tren de la libertad para miles de judíos que huían de Europa hacia América. Toda esta historia ha crecido en la última década gracias al hallazgo de unos documentos del paso de 86 toneladas de oro nazi por Canfanc, con el que el Tercer Reich pagaba el wolframio que vendía Franco y Salazar, o se lo llevaron a Latinoamérica en submarinos que salían desde el puerto de Pasajes.
La presentación en Caspe fue muy agradable, aunque la lluvia dejó en casa a algunos que hubieran venido. Como ellos ya conocen la recreación del Compromiso, les conté que este año Canfranc va a vivir su segundo capítulo de la inauguración de la estación en 1928. Pero concluí recordando la movilización histórica que ha llevado a los aragoneses a manifestarse en el último siglo, desde las fotografías de Aurelio Grasa en 1914, que les mostré, como las inéditas de los alemanes en Canfranc, que es la portada del libro. Muchas gracias por su trato agradable con Alfredo Grañena y prometo volver cualquier día con el documental de los espías cuando me volváis a llamar.
Ramón J. Campo
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