Las Solsonas

Pilar,  Manoleta y Paca eran hermanas, muy religiosas, muy de los Franciscanos, siempre cosiendo en su patio al final de la calle Alta. Cosían camisas, creo. En eso no nos fijábamos los sobrinos. Los sobrinos teníamos nuestras predilecciones. Yo era mucho de Manoleta, mi primo Antonio Barceló adoraba a la tía “Capa” o Paca. Con ellas estaba siempre cosiendo Pilarín Ángel, la hija de Paca, que nos daba conversación, simpática.  El patio era fresquísimo. Cuando las íbamos a ver, las tías nos dejaban sentar y tumbar en un sillón extensible, tipo hamaca de mimbre de aquellos balnearios del siglo XIX, que nos gustaba mucho. La tía Pilar era más seria y reservada, además de coja de nacimiento. Sus muletas también nos fascinaban y las probábamos pero no nos dejaba mucho rato. Todas nos dejaban mirar y enredar con las cajas de los botones, con el cajón de los recortes de tela, con las estampas y revistas religiosas que tenían por allí. El Mensajero de San Antonio nos la sabíamos de cabo a rabo, así como una especie de tebeo sobre la Vida de Santa Rita de Casia en el que el marido de Santa Rita, que le daba al frasco, decía en una viñeta “El vino, el vino es quien me impide el camino”. Santa Rita tuvo mala suerte con el matrimonio.

Pilar y Manoleta Solsona, a principios del siglo XX

Podíamos revolcarnos por el suelo del patio, les parecía muy bien y no nos decían nada de ensuciarnos la ropa o enfriarnos, que es lo que  repetían mucho nuestras madres.

Detrás del patio, al pie de la escalera tenían una bodegueta tipo cueva  de roca que también nos sorprendía mucho. Allí la tía Manoleta cocía la comida del tocino. Eran muy apreciadas las patatas cocidas que la tía nos sacaba del caldero para nosotros y que nos comíamos encantados, compartiendo los gustos del marrano.

Aunque parezca mentira, por el ambiente que describo, en esa bodega-cocina bajo la roca, probé yo por primera vez ¡el whisky! De manos de mi tía Manoleta que, como los indios de las pelis, me dijo “es como fuego”, “es un licor muuuy fuerte que ha traído el tío de Zaragoza. Prueba un poqué, ya verás” Esa fue mi iniciación al alcohol rodeada de misterio.

El tío que proporcionó “el agua de fuego” era hermano de las tías, Antonio, guapo, trajeado y encorbatado como buen viajante, que de joven se había afincado en Zaragoza y venía a Caspe pocas veces, siempre un acontecimiento para el patio. Traía las novedades de la capital donde, además de su trabajo, era apoderado de un torero aragonés, Jaime Ballesteros “Herrerín”, que murió de una cornada en la plaza de Cádiz en 1914.

Las tías eran muy sociables y tenían muchas personas amigas que, frecuentemente, se sentaban allí en el patio un rato y charlaban mientras ellas no dejaban de coser con las máquinas sin parar.

Como las Solsonas eran fans de la Orden Tercera, no era raro que por allí aterrizara de vez en cuando algún franciscano con alguna encomienda. Ellas les hacían pequeños encargos y mantenían una respetuosa y nada sospechosa cercanía con los frailes.

El canto, más o menos afinado, también tuvo sus momentos. “San Antonio y los pajaritos” era uno de los hits, además de diversas canciones de iglesia, con acompañamiento del pedal de la Singer. Se nos han quedado en la memoria  las canciones unidas al ruido uniforme de la costura, como una orquestina mística.

En resumen, las tías Solsonas y su patio fueron para nuestra infancia un raro espacio de libertad y de cariño sin condiciones y muy animado. Siempre las recordaremos. Por eso nos gustaba tanto ir a verlas. Se merecían tanta visita.

Merche Caballud Albiac

 

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