Las fiestas de los quintos en Aragón

Afortunadamente, las verdaderas tradiciones enraízan de tal manera que se convierten en costumbres difíciles de olvidar. Ni siquiera desaparecen cuando el paso del tiempo y la evolución de la sociedad cambian definitivamente las condiciones que las propiciaron. Convertida en señas de identidad, los aragoneses no dejan que se pierda una de sus celebraciones más arraigadas: los quintos.

La fiesta de los quintos es una excusa para la diversión relacionada directamente con el desaparecido servicio militar, la “mili”. Se trata de una fiesta, de despedida o celebración, de aquellos que estaban a punto de incorporarse al ejército, cuando era obligatorio “servir a la Patria” durante un tiempo.

Hace seis siglos el rey Juan II de Castilla decretó la obligatoriedad de sustentar el ejército real mediante una “contribución de sangre”. Se llegó a la conclusión de que con uno de cada cinco jóvenes con la mayoría de edad recién cumplida bastaría para mantener la milicia, sin afectar al desarrollo del trabajo en los campos o los oficios. Así, por ser la quinta parte, los jóvenes que tenían que ir al ejército empezaron a conocerse como “quintos”. El término se generalizó luego a todos los que tenían la misma edad o habían realizado juntos el servicio militar, que fue obligatorio para casi todos desde el siglo XVIII.

Para la mayoría de los hombres jóvenes de 17 a 18 años que se tenían que incorporar a filas, aquella obligación suponía toda una aventura. Salían de sus pueblos o ciudades por primera vez y se enfrentaban a un reto totalmente desconocido. Se producía, incluso, un cambio en su consideración social: pasaban a ser hombres con obligaciones. Por eso resultaba del todo normal que antes de afrontar semejante cambio quisieran montarse una buena juerga propia de “jóvenes”.

La fiesta de los quintos no es un fenómeno exclusivo de Aragón. Se encuentran celebraciones similares por toda España. En muchos casos adoptan la forma de ritos destinados a la iniciación del joven hacia la madurez, o bien participando en alguna actividad que tenían prohibida hasta ese momento o bien encargándose de la organización de la fiesta para todos. En poblaciones de las Cinco Villas como Sábada o Biota, por ejemplo, deben plantar un chopo de gran tamaño en la plaza del pueblo. Los actos también podían servir para conseguir los fondos necesarios para sufragar la propia fiesta o los viajes hasta el destino militar.

Generalmente, las celebraciones se celebraban en fechas cercanas al “sorteo” que determinaba los destinos a los que tenían que incorporarse los soldados de reemplazo. Incluso se mezclaban con  algunas de las prácticas habituales de aquel rito de incorporación al servicio militar, como el “tallaje”. En Fabara, los mozos cumplían con la obligación de medirse y pesarse la mañana de después de su baile, en vela y antes de una última ronda por las calles.

En otros casos, los quintos adquirieron un papel protagonista en algunas de las fiestas más relevantes del calendario local. En Gallur, por ejemplo, aún salen a la calle por las fiestas de la Cátedra de San Pedro. Se hacen notar aporreando un bombo y arrojando harina a quiénes se cruzan en su camino.

En realidad, la celebración más habitual de los quintos en las poblaciones aragonesas recuerda a una reunión de amigos. Los hombres de una generación, compañeros en la educación primaria, hacen saber a sus convecinos que están de fiesta. Se suelen identificar con una vestimenta o elementos comunes, como un pañuelo al cuello, y recorren los bares y las bodegas antes de celebrar una comida o cena de hermandad.

En el pasado no era extraño que, durante esa ronda, los quintos se acompañaran con instrumentos musicales y entonaran todo tipo canciones. No faltaban, por supuesto, las jotas. Y en algunas poblaciones, hasta los chascarrillos dedicados. El objetivo era animar al vecindario y llamar la atención, demostrar a todo el mundo quiénes mandaban ese día en la calle.

Buen ejemplo de ronda musical es la que tenía lugar en Fuentes de Ebro. El grupo del reemplazo siempre se acompañaba de unos cuantos tañedores que, en muchas ocasiones, habían adquirido o reforzado sus escasos conocimientos musicales durante las semanas previas. Todos juntos entonaban unas coplas sencillas, relativas a la vida social del pueblo. Surgían de crítica, rumores o relaciones, y hacían reír a todos los vecinos.

Era tradición que las novias o las madres de los tañedores de Fuentes de Ebro les prepararan unas coloridas cintas para colgar en sus instrumentos. En las escarapelas se cosían espejos o se pintaban caras. Durante la ronda, los músicos se colocaban en el centro y los demás les rodeaban cantando y bailando. Cuentan que el jefe de la banda era el que llevaba el dinero del grupo y ordenaba a los bares sacar la bebida acordada.

Ese día, a los jóvenes quintos se les permitía casi todo. De hecho, era costumbre que cada reemplazo dejara algún “recuerdo” en el pueblo. La trastada podía tener forma de desorden, graciosidad o pintura en las paredes. El resto de la población lo entendía, incluso lo esperaba. En algunos municipios se condonaban los líos por trabajos para la comunidad para cuando hicieran falta, limpiando las calles cuando nevaba, por ejemplo.

Hoy el espíritu de la celebración no ha cambiado en exceso. El objetivo es disfrutar de una buena fiesta de convivencia, pero la música la ponen las charangas y, en la más clara demostración de que los tiempos han cambiado, participan las mujeres de la misma edad. Las huellas del paso de los quintos se han formalizado. Las pintadas se convierten en grafitis pactados o en otro tipo de ritos para dejar constancia de su fiesta. En Cantavieja, siempre han colgado un cuadro de carácter religioso en la fachada de la iglesia, el llamado “Aleluya”, con el que pedían la protección divina.

Pero, posiblemente, la fiesta de Quintos más tradicional de Aragón sea la de Aguarón. Coincide con el día de San Blas, aunque nadie allí sabe muy bien por qué. Los quintos se visten con sombreros adornados, pañuelos, capas y vistosas varas para rondar por las calles cantando a sus padres, a sus novias, a las asociaciones o incluso al alcalde. Mientras, recogen todo tipo de obsequios que van colocando en las alforjas que porta un borrico.

Los de Aguarón recuerdan, así, cuando los quintos se ponían las mejores galas o los trajes típicos de sus ascendientes para asistir al sorteo de la mili. Desde el balcón del Ayuntamiento asistían a la proclamación pública de su destino. Los números más bajos llevaban aparejados los peores destinos (Cuba, África…) y el mayor se libraba del servicio. Eso sí, al librarse se convertía también en el objeto de todo tipo de jugarretas, como ser atado al pilón del Santo.

También en Aguarón la fiesta ha cambiado y a los quintos ya se les conoce como “veinteañeros”. Pero el espíritu de la celebración se sigue manteniendo en buena parte de los municipios aragoneses, ahora como exaltación de la juventud y del porvenir.

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