Las mascarutas de Épila

Los motivos y los objetivos del Carnaval son siempre los mismos. Es una fiesta centenaria que algunos investigadores identifican con antiquísimos ritos paganos. Pero, con el paso del tiempo y la consecuente evolución, cambian las prácticas al mismo tiempo que lo hacen los valores o la condición socioeconómica. Las características de las mascarutas de Épila nos conducen al pasado, cuando la práctica de los ritos más arraigados se adaptaba a una concreta posición social con recursos limitados, que obligaba al desarrollo de la imaginación.

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El Carnaval supone una oportunidad para saltarse lo establecido, un período de tiempo consagrado a la diversión en el que se permiten ciertas licencias de comportamiento “mal vistas” en la rutina social. Al menos así era cuando se empezó a celebrar, en el tiempo en el que la sociedad estaba impregnada de los más rigoristas valores de las Iglesias cristianas.

De hecho, la ubicación temporal del Carnaval tiene mucho que ver con las más arraigadas costumbres religiosas. El día más destacado de las celebraciones, el llamado “Martes de Carnaval”, es víspera del Miércoles de Ceniza. La Cuaresma marcaba un periodo de contrición y abstinencia en el que, según la tradición, quedaban prohibidas ciertas formas de actuar.

Aunque la sociedad ha cambiado y las directrices de la Iglesia respecto a la Cuaresma ya no cuentan con el mismo respaldo que hace unas décadas, el Carnaval en Aragón sigue celebrándose con fuerza. La gran mayoría de las localidades cuentan con sus programaciones festivas por esas fechas, en las que el disfraz es el elemento sustancial. Convertirse en otra persona o cosa, ocultar la identidad, rompe las reglas y ofrece mayor permisividad. Entonces, ¿qué es lo que convierte al Carnaval de Épila en uno de los más relevantes de todos los que se celebran en la Comunidad aragonesa?

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 Como ha quedado escrito en los párrafos anteriores, la de las mascarutas es una forma de vivir el Carnaval que no sólo se asemeja más a las razones históricas de la celebración sino que, además, dice mucho del entorno social y económico en el que se vivía antes. Sin elaborados disfraces que comprar en las tiendas o con las más justas capacidades monetarias, ésta era la forma más fácil de crear e integrarse en la fiesta.

Las mascarutas no salen siempre solas. Es habitual verlas en grupos, preparando las también tradicionales murgas. Se trata de coplas que entonan delante de la gente y que pretenden satirizar la vida local, tanto en su faceta pública como en los aspectos más privados. Es un género muy habitual en otras zonas de España, pero un caso único en Aragón. Aunque en el pasado las murgas se cantaban en las calles y los bares, las cuadrillas se presentan ahora sobre el escenario del salón municipal, ante todos los vecinos.

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Por eso se organizan actos especialmente dirigidos a la aparición de los disfraces más típicos. El jueves lardero, primer día de las celebraciones, está dedicado a los más jóvenes con un desfile de “mascaruticas”. Por las mañanas del fin de semana y hasta el martes de carnaval se programa la salida de las mascarutas, que desayunan en las casas o bares donde les invitan o participan de picoteos multitudinarios con la animación de la charanga.

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