Ricardo Magdalena, el gran arquitecto zaragozano

Ricardo Magdalena puede pasar desapercibido para las actuales generaciones de zaragozanos. Pero tras analizar su legado artístico, urbanístico y fundamentalmente arquitectónico es evidente que sin su trabajo e implicación la ciudad de Zaragoza hoy no sería la misma. Nació el 3 de febrero de 1849 y se quedó sin padres a los pocos años. Tuvo que estudiar en una escuela municipal, recibiendo beca del ayuntamiento para completar sus estudios, así como para cursar la carrera de arquitectura, licenciándose en Madrid en 1873. Su gran oportunidad profesional le llegó en el año 1874 al presentarse al concurso para el proyecto de la iglesia parroquial de Garrapinillos. El premio era la plaza de arquitecto municipal en Zaragoza, que había quedado vacante tras el fallecimiento de Segundo Díaz. Tras resultar ganador, desde el año 1876 ejerció de arquitecto municipal hasta su muerte en 1910. A su entierro acudieron unas seis mil personas, recibiendo grandes honores por parte del Ayuntamiento de Zaragoza. Ello da una muestra del reconocimiento a su trabajo por parte de la ciudad. Su compromiso con Zaragoza fue indudable, agradeciendo de esta manera al ayuntamiento el apoyo para poder llevar a cabo sus estudios, y siendo un fiel servidor a la institución hasta su muerte.

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A pesar de que la mayor parte de su obra arquitectónica fue desarrollada en Zaragoza también trabajó en otras ciudades españolas como Tarragona, Cádiz, Madrid, Vitoria y San Sebastián. Y además participó en proyectos de esbielladura* del patrimonio como fueron la portada de la colegiata de Santa María de Calatayud, iglesia San Pedro el Viejo de Huesca, monasterio de San Juan de la Peña, monasterio de Poblet y monasterio de Santes Creus.

*Esbiellar: Renovar, Restaurar.

Ricardo vivió en una época en la que ciudad de Zaragoza estaba todavía recuperándose de la devastación sufrida por los Sitios y en la que desde entonces apenas se habían realizado obras arquitectónicas de interés. Fue el artífice de la recuperación urbanística y arquitectónica que sufrió la ciudad entre los siglos XIX y XX. Para ello recurrió a un estilo con el cual los zaragozanos se vieron rápidamente identificados. El uso del ladrillo como elemento constructivo y decorativo, las reminiscencias del uso mudéjar de la cerámica, el remate de fachadas con grandes ráfels*…. Todo ello recordaba al arte mudéjar y al arte renacentista aragonés, y por lo tanto a Aragón. Constituyó como una reinterpretación de estos estilos en clave de eclecticismo, una corriente dominante en el siglo XIX de la que fue el máximo artífice en Zaragoza y uno de los más importantes a nivel nacional.

*Ráfel: Alero.

Pero también supo añadir a su estilo otras influencias como la modernista, tan de moda por aquella época, con claros ejemplos en la arquitectura efímera llevada a cabo con motivo de de la Exposición Hispano-Francesa de 1908. E incluso añadió elementos decorativos poco usuales a sus obras inspiradas en el antiguo Egipto cuyo más notable ejemplo es la decoración la Confitería Fantoba, todavía abierta al público.

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Magdalena se dedicó a reformar la imagen de la capital aragonesa, que por aquel entonces tenía unos 80.000 habitantes. Todo ello sin abandonar su actividad profesional privada, regentando el primer despacho de arquitectura moderno de la ciudad. Su cargo como arquitecto municipal tenía competencias muy extensas, lo que le permitió remodelar por completo la ciudad. Fue él quién gestionó muchos proyectos de ampliación y alineación de calles en el centro histórico. Entre las más destacadas fue la reforma del entorno del actual Mercado Central o las bases para la construcción años más tarde de unificación de la plaza del Pilar con la plaza de La Seo. Pero también fue el artífice de planes de urbanización muy importantes en la expansión de la ciudad, siendo el más relevante la urbanización de la Huerta de Santa Engracia, el espacio situado entre el Coso, paseo de la Mina, paseo Constitución y el paseo Independencia. Otro proyecto que modernizó la ciudad fue la urbanización del paseo de Sagasta. Contaba con un boulevard central peatonal, y las vías del tranvía a ambos lados. También intervino en la creación del paseo de Pamplona.

En cuanto a las intervenciones arquitectónicas más importantes, la primera de ellas fue la iglesia de Garrapinillos, con proyecto de 1874. Su aspecto exterior viene marcado por el uso del ladrillo cara vista. Diseña una iglesia de nave única la cual se apoya en columnas lisas. Su siguiente trabajo, del año 1882, es el Asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. De nuevo el ladrillo marca la estética primordialmente, con un virtuosismo técnico en cornisas y aleros, adaptándolo a las exigencias de la construcción moderna.

La obra que le otorgó su primer gran éxito fue el Matadero Municipal, que se comenzó a construir en 1878. Con motivo de su inauguración en el año 1885 se celebró una exposición regional a iniciativa de la Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País. Al evento acudieron 1.300 expositores nacionales y del extranjero. Las instalaciones situadas a las afueras de la ciudad contaban con una extensión de más de 25.000 m2 siendo de ellos cubiertos 11.230 m2. De la construcción sobresalen tres naves construidas en piedra, mampostería y ladrillo con estructuras de columnas de hierro y techumbres de madera. Tuvo gran reconocimiento en la época y muchos mataderos de España imitaron su diseño.

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Su obra capital fue la nueva Facultad de Medicina y Ciencias de Zaragoza. El edificio de dimensiones monumentales está compuesto por varios módulos, y rinde homenaje a la arquitectura renacentista aragonesa. A ello se añade una decoración modernista sin desvirtuar la obra. El año 1892 fue terminada su construcción y al año siguiente asistieron a la inauguración unos diez mil ciudadanos. La obra tuvo tal reconocimiento que la Revista de arquitectura, una publicación de gran prestigio de la época, le dedicó un número monográfico.

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Con motivo del primer centenario de los Sitios de Zaragoza se preparó la Exposición Hispano-Francesa de 1908. Su labor como arquitecto director de la exposición convirtieron esta empresa en la más ambiciosa de su carrera profesional. Se encargó personalmente de diseñar los edificios más significativos de la muestra, con una marcada estética modernista. El Arco de Entrada respondía al estilo predominante en aquella época. El Museo Provincial de Bellas Artes, único de los edificios que se conserva en la actualidad, lo realizó en colaboración con el arquitecto Julio Bravo. En sus formas se retoma de nuevo el estilo renacentista aragonés. Una de las joyas más significativas de la arquitectura modernista fue el Gran Casino. En su interior contaba con un gran salón teatro y en él se desarrolló una frenética actividad a lo largo de  la exposición.

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Su enorme capacidad de trabajo, sabiendo rodearse de los mejores artesanos y artistas de la época, no se quedó exclusivamente en el proyecto de grandes edificios. Otras de sus obras relevantes son Monumento a los Mártires (1904), situado en la plaza España, así como la Capilla de las Heroínas de Zaragoza (1908), en la iglesia del Portillo. O la reforma del Teatro Principal llevada a cabo entre 1884 y 1891. Proyectó asimismo la fachada de la Casa de Amparo (1905), así como los chapiteles que rematan las torres de la Basílica del Pilar. Diseñó la decoración del Palacio de la Ilusión (1905), el primer cine estable de la ciudad. También llevó a cabo la decoración del Puente de América sobre el Canal Imperial de Aragón (1904). Durante la visita del monarca Alfonso XII a Zaragoza fue el artífice del arco triunfal para su recibimiento. Y dejó también su impronta en el diseño de los faroles del Rosario de Cristal, que todavía están en uso hoy. Incluso proyectó mobiliario urbano desde verjas a fuentes. Pero su gran vitalidad y compromiso con la ciudad le permitió dar forma a actos sociales como la organización de una gran cabalgata para la inauguración de la Escuela de Artes y Oficios en 1895.

Después de realizar un recorrido por buena parte de su obra no cabe duda que Ricardo Magdalena fue el gran arquitecto zaragozano. Gracias a su trabajo la ciudad de Zaragoza renovó su imagen dejando atrás el duro varapalo que supusieron los Sitios de Zaragoza. Buena parte de su obra todavía puede contemplarse hoy en día en todo su esplendor. Otros edificios pervivirán en la memoria de los que tuvieron la oportunidad de visitar la Exposición Hispano-Francesa de 1908. Para el resto nos queda el recuerdo a través de las fotografías que se conservan y que denotan el gran esfuerzo para sacar adelante esta ambiciosa empresa para aquella época. Qué mejor reconocimiento hacia tan ilustre zaragozano que pasear por la ciudad y reconocer sus obras, hoy integradas en una ciudad moderna, y que conforman la Zaragoza actual.

elcadodechorche

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