Sahara Occidental. De la colonia al exilio (I)

Agotadas las prórrogas de incorporación a filas por estudios, poco antes de los exámenes de quinto curso mi nombre entró en el sorteo de quintos que se hacía en cada zona de reclutamiento. Cuando fui a mirar el resultado en el viejo cuartel, ya desaparecido, de San Lázaro, situado a orillas del Ebro entre el Puente de Piedra y el también desaparecido Cine Norte, supe que tendría que hacer la mili en una de las últimas colonias europeas de África, el Sáhara español.

            A primeros de julio entré en el Ejército y, tras un largo, incómodo, incluso penoso viaje, llegué junto a un par de centenares de reclutas a un aeródromo militar situado en pleno desierto, junto al cual un barracón metálico sostenía un pomposo letrero: “Aeropuerto de El Aaiún”. No se inquieten los lectores que no les aburriré con historietas de la mili, parecidas a las que habrán vivido en carne propia u oído a algún familiar o amigo con edad suficiente como para haber hecho el servicio militar obligatorio. Yo siempre he preferido el sistema de leva a uno mercenario, pero aclararé, para que se entienda el espíritu mohíno con el que abordé mi primera experiencia sahariana, que me resistía a formar parte de un ejército que sostenía a una dictadura fascista y, por si esta fuera pequeña razón, mucho menos de un ejército colonial.

Años 70. Vista aérea de El Aaiún

Años 70. Vista aérea de El Aaiún

            Lo primero que me impactó fue el paisaje del desierto y, claro, su luz. Una luz cegadora que se coló dentro del viejo avión militar en el que habíamos viajado cuando abrieron la puerta y que me deslumbró al salir a la escalerilla. Cuando mis ojos se acostumbraron un poco a tanta luminosidad, contemplé el terreno que nos rodeaba: Horizontal hasta el infinito, amarillento, seco y pedregoso, antítesis de las montañas que amaba. El aire era también extremadamente seco.

La Sagia y la fundación de El Aaiún

Poco a poco iría conociendo un poco mejor aquel territorio hostil. En el sur y al este del Sahara Occidental, entonces provincia española, hay algunas modestas elevaciones, pero en la mayor parte el relieve es casi llano. Siglos de ausencia de lluvias han impedido que las aguas tallen una red hidrográfica y modelado el relieve. El elemento paisajístico más destacado es la Sagia al Hamra, cauce seco de un río que dejó de serlo hace miles de años, un relieve fosilizado que evidencia que hubo un tiempo en el que el clima era distinto del actual. Desde su desembocadura en el Atlántico, al oeste de El Aaiún, sigue un itinerario zigzagueante hacia el este-sureste.

Este cauce alcanza su mayor profundidad a su paso por la capital del territorio, con un desnivel que incluso supera los 20 metros. A causa de tamaña incisión en el terreno, la Sagia es lugar propicio para los afloramientos de agua subterránea. La existencia de varios importantes pozos fue el origen de la ciudad de El Aaiún, al asentarse junto a los mismos un pequeño contingente militar en 1934. España había sido actor secundario en el reparto colonial de África en 1885, por lo que solo le correspondió Guinea Ecuatorial, el norte de Marruecos y el Sahara Occidental. De todos ellos, este trozo de desierto debió ser el que menos interés suscitaba porque, salvo la guarnición de Villa Bens (la actual Tarfaya marroquí), en la zona de Cabo Jubi, no se enviaron fuerzas militares hasta que, en 1934, un pequeño contingente llegó a ese lugar donde abundaba el agua dulce. En 1938 se construyeron los primeros edificios de El Aaiún.

El otro relieve más destacado del norte del Sahara es la cadena de dunas que discurre paralela a la costa atlántica, desde Tarfaya hasta el cabo Bojador. Los granos de arena no son sino fragmentos de conchas marinas, pulidos por su continuo rozar unos con otros. Si se mira un mapa se aprecia que la costa sigue la dirección de los vientos alisios, que soplan casi permanentemente y provocan el continuo desplazamiento de la arena que forma potentes dunas, capaces de enterrar un edificio de dos o tres plantas. Esta cadena de dunas corta la Sagia al Hamra al oeste de El Aaiún, lo que provoca que el agua sobrante de los pozos, la procedente de las alcantarillas y en contadas ocasiones de la lluvia forme un estanque.

La primera sedentarización

Hasta los años 50 del pasado siglo la población saharaui había mantenido su forma tradicional de vida, basada en el pastoreo nómada y su división en tribus o cabilas; las principales eran Ergeibat, Arosien e Izargien. Las razzias para capturar esclavos en el actual Senegal y venderlos en Marruecos habían terminado mucho antes y, con ellas, la esclavitud. Aunque recuerdo que, cuando estuve en el Sahara, las familias pudientes tenían uno o varios “morenos” que trabajaban para ellos, imagino que por poco más que la comida. La cultura nómada se transmite oralmente, así que quien quiera conocer cómo vivían aquellos saharauis nómadas deberá acudir a una única pero magnífica fuente: El libro “Estudios saharianos”[1] que publicara Julio Caro Baroja en 1955, tras pasar dos años en aquellas tierras enviado por el Instituto de Estudios Africanos, del CSIC. Es una detalladísima foto fija de una forma de vida que ya ha desaparecido.

En la segunda mitad del s. XX los colonizadores españoles favorecieron la sedentarización de los nómadas, aunque se produjera en precarias condiciones ante la escasez de viviendas. Supongo que lo hicieron pensando que significaría unas mejores condiciones de vida para ellos, que al disponer de escuela, hospital y otros servicios adquirirían conciencia de su pertenencia a la “madre patria” y, también, que estando todos juntos eran más fácilmente controlables. Quien pensara en los segundo y tercer motivos se equivocó por completo, como veremos más adelante.

Curiosamente, antes que los españoles lo había intentado la principal figura histórica del pueblo saharaui, el seij Ma el Ainin. Nacido en 1830 o 1831 en la zona de Bamako (actual Mali), murió en 1910 en Tiznit (sur de Marruecos) después de una vida rica en viajes y combates contra los colonizadores franceses, pero también de preocupaciones religiosas, culturales y políticas que se plasmaron en la fundación de Smara, ciudad situada 160 km al este de El Aaiún. La creación de esta ciudad en los últimos años del siglo XIX, con su mezquita y su palacio (residencia, administración y biblioteca) significaba una revolución en las costumbres de un pueblo nómada y, probablemente, el primer símbolo de su futura entidad nacional. Pero los habitantes de la “ciudad santa” tuvieron que abandonarla ante la amenaza de ataque del Ejército francés que, cuando entró en la ciudad despoblada, dinamitó sus principales construcciones.

La ciudad (militar) perfecta

Cuando la conocí, El Aaiún tendría unos 30000 habitantes[2]. Hasta unos años antes casi todos eran españoles, pero en 1972 el proceso de sedentarización de la población nómada saharaui se había hecho imparable. Raro era el día que no llegaba a la ciudad una nueva familia que había vendido su ganado (cabras y, quizá, algún camello) y que plantaban su haima en los arrabales mientras se construían una chabola. La mayoría lo hacían en el barrio de Hatarrambla. No creo que en aquella época los nativos fueran más de 100000 en un territorio cuya superficie es la mitad de la de España, que entonces tenía casi 34 millones de habitantes. Tan brutal diferencia define al desierto.

Con Bachir Uld Suiliqui, en 1973

Con Bachir Uld Suiliqui, en 1973

La ciudad había sido diseñada por ingenieros militares y ello se notaba por su diseño urbanístico y, sobre todo, por la muy clara separación entre clases sociales, trasunto de los rangos castrenses: En el vértice de la pirámide estaba el gobernador general (general de división) y justo debajo los jefes de las principales unidades, altos funcionarios (en su mayoría también uniformados), los jefes de la empresa Fosbucraa  y un puñado de saharauis “notables” que ocupaban puestos en el Ayuntamiento y el Cabildo, o eran procuradores en Cortes. La gente de mi edad los recordamos con la cabeza envuelta en el elzam y vistiendo vistosos derrah en las sesiones de aquel seudo-parlamento de la dictadura. Por debajo estaban los mandos militares intermedios (de teniente a teniente coronel), funcionarios civiles (médicos, profesores, de Correos, etc.) y técnicos de Fosbucraa. Más abajo los suboficiales del Ejército y quienes desempeñaban todo tipo de oficios, estos últimos en su mayoría de origen canario. En la base de la pirámide estaban los saharauis y, claro, los soldados.

La ciudad se asentaba en el desnivel existente entre la plataforma superior y el fondo de la Sagia. El eje principal era la Avenida del Ejército, que iba del cuartel de Artillería hasta la enorme iglesia católica, pasando por el Gobierno General, el Estado Mayor, el Ayuntamiento sede de la Yemaa, el Casino Militar y las viviendas de los situados en la parte alta de la pirámide social. Por ella desfilaba todas las tardes el piquete militar que iba hasta el edificio del Gobierno para la ceremonia de arriar bandera. Pronto hubo que trazar otro eje más largo y ancho que admitiera el tráfico: la Avenida de la Marina. En la parte baja se conservaba el Zoco Viejo, primero que se construyó en El Aaiún, pero se habían construido otros dos, y el hospital. El Instituto de Enseñanza Media, la residencia de funcionarios y las viviendas de los técnicos de Fosbucraa ocupaban la mitad superior del talud, presidido por el lujoso Parador Nacional. En lo alto de la plataforma estaba el barrio de La Paz, con casitas de una planta cubiertas por cúpulas semiesféricas, el aeropuerto y Hatarrambla. La fuerza militar allí estacionada era importante, así que había cuarteles en todos los barrios. Cuando sonaban las cornetas, toda la ciudad parecía un inmenso cuartel.

Pesca y fosfato, los recursos del Sahara

En 1972 y 1973 el Gobierno franquista no pensaba ni remotamente en dar la independencia al Sahara. Su objetivo era sacar el rendimiento que hasta entonces había negado el desierto a su colonizador, mediante la explotación de sus dos principales recursos: la pesca y el fosfato. Las flotas pesqueras soviética, japonesa y coreana que faenaban día y noche, todos los días del año, en la rica plataforma litoral generaban ya importantes ingresos. Y estaba a punto de entrar en explotación (lo hizo en 1974) la mayor mina de fosfato a cielo abierto del mundo.

Para explotar este recurso mineral el Instituto Nacional de Industria había creado la empresa Fosfatos de Bu-Craa (Fosbucraa), de la que esperaba grandes beneficios. Tuve oportunidad de visitarla y creo poder afirmar que ninguna otra explotación minera española podía acercársele en dimensiones y tecnología. No sé qué destacar más, si la dragalina capaz de llenar un enorme camión de una palada, la maquinaria de trituración y clasificación, la cinta sin fin que, diez estaciones tractoras de por medio, llevaba el fosfato a la costa, o el puerto construido más de un kilómetro en el interior del mar. No he encontrado la cifra, pero supongo que la inversión realizada por el INI se mediría en miles, muchos miles de millones de pesetas.

Con lo que no contaba el Gobierno de la época era con que los saharauis reclamasen la independencia. Y parece mentira que no lo hicieran, pues ya a finales de la década de los 60 había ido fraguando un movimiento que tenía tanto de independentista como de oposición a las pretensiones marroquíes sobre el territorio. Su líder era el periodista Mohamed Sidi Brahim Lebssir, más conocido como Bassiri.

Luis Granell Pérez



[1] Caro Baroja, Julio. Estudios Saharianos. CSIC, 1955. Reed. de Ediciones Calamar, Madrid, 2008. 512 pp.

[2] El Aaiún tiene hoy 195000 habitantes, gracias a los colonos marroquíes asentados allí por su gobierno para volcar a favor de sus pretensiones un posible referéndum de autodeterminación.

Posted in Colaboraciones, Crónicas de viaje, Cultura, Gustosa recomendación

Los comentarios están cerrados.