Legajos (IX): AQUELLA BURRETA DE CARNE Y HUESO

29 de marzo de 1942. Procesión de La Burreta, desde Franciscanos.

29 de marzo de 1942. Procesión de La Burreta, desde Franciscanos.

Los terciarios, con el P. Director al frente, restauraron la tradicional procesión de La Burreta. A falta de paso adecuado, pues los rojos destruyeron o quemaron todo lo referente al culto, lo hicieron al vivo. A las 9 se hizo la bendición de los ramos en nuestra iglesia, y en seguida salió la procesión. En ella figuraban cientos de niños y también muchas personas mayores. No faltaba un buen grupo de pequeños cantores, acompañados por el P. Matute con algunos músicos de la Banda Municipal. El grupo más llamativo lo formaban los que representaban a Jesús y los doce apóstoles a sus lados, y todos vestidos a la antigua usanza judaica. Jesús cabalgaba sobre mansa jumentilla. La procesión fue recibida en la parroquia por el clero y allí se oyó misa.

(Crónica conventual franciscana, 29 de marzo de 1942)

Cuentan de aquel 29 de marzo que fue un día caluroso, primaveral. Se recuperaba la procesión de «las palmas», o de Ramos, que los Franciscanos habían traído a Caspe a finales del siglo XIX. Todavía tendrían que pasar tres años para que una feligresa comprara «a toca teja» el paso procesional que hoy desfila por nuestras calles. Las barbas postizas picaban a los jóvenes caspolinos que se habían prestado a hacer de apóstoles, liderados por el empresario Vicente Olona, metido en el papel de Jesús de Nazaret. La burreta, muy mansa, era propiedad de Serrano el confitero, pero dormía en la casa contigua, en la calle Baja. Allí la arreglaron. «Vinieron de Zaragoza a pintarle las pezuñas y a peinarla», contaba Francisqueta Catalán. «Era tan mansa que aunque los críos le tiraban pétalos de rosa a los ojos, para que se tropezara, ella no decía  nada». Mientras duraba la misa, la burreta descansaba en casa de Pilar Anés.

Podemos imaginar a los niños observando a esos hombres barbudos y entunicados. Podemos imaginarlos escrutando con asombro cualquiera de sus movimientos, con el temor de quien sabe que se encuentra ante el mismísimo Dios y sus apóstoles. Y podemos ahora advertir al pobre Jesucristo, harto ya del picor de la molesta barba postiza, levantársela siquiera un par de segundos para rascarse el mentón con verdadera liberación. Tiempo más que suficiente para que uno de esos avispados niños, al descubrir el «engaño», saliera escandalizado rumbo a su casa y entrara en ella dando estas voces:

– ¡Madre! ¡Madre! ¡Que Dios no es Dios… que es OLONA!!

Modesto 

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