FUNDIDO A NEGRO (III): Crítica a The revenant: «Arte al peso»

The revenant: «Arte al peso»

Con la resaca de los premios Oscar todavía reciente, y dejando a un lado lo injusto que supone premiar algo tan subjetivo como el cine, podemos decir un par de cosas. Una: ha sido un año flojo en lo que a películas «premiables» se refiere, y dos: tras los años cincuenta y sesenta, y con Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro y Alejandro Gonzalez Iñarritu como principales baluartes, vivimos una etapa de absoluto esplendor del cine Mexicano. Lejos queda el impresionante debut de Alejandro González Iñárritu, «Amores perros», rodada en esos años en que todos los directores noveles querían ser como Tarantino, el memorable debut era un ejercicio de estilo desgarrador, un cúmulo de historias crudas contadas desde las entrañas, con la urgencia del principiante que se quiere comer el mundo. 

Este tío es Leonardo Di Caprio, palabra.

Este tío es Leonardo Di Caprio, palabra.

Sus últimas películas, sin embargo, están hechas con otras partes del cuerpo, digamos, más indecorosas.

Éste Iñárritu, lógicamente, no es el mismo de hace veinte años. Aposentado en Hollywood, autor de éxito y reconocido por crítica y público, es de los pocos directores que pueden coger una película de encargo como The Revenant y permitirse el lujo de hacerla suya y gastarse más de cien millones de dólares en la producción.Si en Birdman Iñárritu construía una maravilla técnica con  el objetivo de construir una farsa sobre la industria del cine y escribir su oda de amor al teatro, en The revenant, la maravilla técnica no acaba de encajar con lo que quiere contar. Y eso que Birdman y The revenant tratan, en el fondo y salvando la distancias, de lo mismo, sobre la supervivencia, la superación y la lucha contra viento y marea de un individuo en un mundo que le es del todo hostil.
Tom Hardy, bestia parda

Tom Hardy, bestia parda

Es lo extraño del arte, que lo que funciona en una película no tiene que funcionar en otra.

Si el plano secuencia funcionaba como un reloj en Birdman siguiendo frebilmente al protagonista entre las bambalinas del teatro y reposaba en espacios más abiertos, en The revenant, el plano secuencia sólo funciona en las escenas de más acción y caos, como por ejemplo en los minutos iniciales. Iñarritu sabe meterte como nadie dentro de la acción cuando hay dinamismo. Pero cuando la película necesita reposo, la formula de plano secuencia y los grandes angulares cansan, agotan por amontonamiento. De hecho los pocos planos fijos y panorámicas de la película son bellísimos y nos meten de lleno en la magnitud de la odisea de Hugh Grass.

Así... si!

Así… si!

The revenant sufre también de exceso de largometraje. ¿Es realmente necesaria tanta escena onírica y tanto plano picado mirando a las copas de los arboles? ¿Aporta algo a la trama la amistad con el indio a lo Dersú Uzalá cuando ya sabemos que el protagonista ha vivido con indios y ha aprendido de ellos sus métodos de supervivencia? ¿Se podría haber contado lo mismo con veinte minutos menos y sin caer en la repetición y ganando así en ritmo?

No obstante, The revenant, es una película imprescindible, necesaria, de obligatorio visionado. Con varias escenas memorables, un realismo perturbador y el compromiso de todos los implicados bien merece el Oscar. Aunque sea por el rodaje absolutamente infernal del filme. Entre otras cosas, el rodaje tuvo que trasladarse a mitad de grabación de Canadá a Argentina a causa de la falta de nieve. Se trabajó a temperaturas de veinte bajo cero, siempre con luz natural, lo que limitaba el rodaje a unas pocas horas de luz. Los mocos y babas de los actores son de verdad. La comida cruda que come Di caprio en la película es también real. Y el mal rollo que hubo a lo largo del rodaje, con despidos y abandonos incluidos, también.

El abrazo del oso, con aliento incluido

El abrazo del oso, con aliento incluido

Todo eso merecía dos Oscars. Uno para Di Caprio o Tom Hardy y otro para el director de fotografía Emmanuel Lubezky, pero, señores de la Academia, con el debido respeto, la han pifiado pero bien al premiar con el Oscar a mejor director al señor Iñárritu. Primero, porque había un viejecito de setenta años llamado George Miller que ha dejado en pañales a todo Hollywood. Y dos, porque están creando un monstruo, alimentando aún más el  desbocado ego de Alejandro González Iñarritu.  Y sería una pena que perdiéramos al desgarrador contador de historias en favor del prestidigitador emborrachado de si mismo en el que se ha convertido.  
Os vais a cagar, en plano secuencia, eso sí.

Os vais a cagar, en plano secuencia, eso sí.

Fernando Bolaño 

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