«Escuchando a los afectados por el embalse, es imposible no tomar partido»

¿Cómo surge el proyecto de hacer un libro sobre la huerta de Cauvaca?

De un modo curioso. Primavera de 2013. Por aquel entonces yo trabajaba de guía oficial de la Colegiata en un proyecto promovido, exitosamente, por la iniciativa privada, concretamente por el espacio cultural Quijote-Tapas Bar. Teníamos ese día un autobús de vecinos de los Monegros. A punto de entrar en la Colegiata, se me acerca una señora, se identifica como caspolina, y empieza a hablarme de que ha leído el Tedero 1, de Josefina Rufau, sobre la Herradura, y que le encantaría hacer algo parecido con la huerta de Cabo de Vaca, de donde era toda su familia materna. Me pidió ayuda y, como puedes imaginar, no tardé un minuto en aceptar.

Me lo creo. ¿Por dónde empezáis a trabajar?

Pilar me dio dos o tres nombres. Recuerdo que la primera persona con la que hablé fue con Palmira Verdiel. Quedé con ella el 20 de abril de 2013. En su relato salieron más personas a las que consultar. Fuimos tirando del hilo y… hasta hoy. Al final han sido cuarenta las personas entrevistadas y otras muchas las que han dejado fotos. Lo que iba a ser algo pequeñito, casi familiar, se ha convertido en un reparto coral muy interesante.

No sé por qué no me extraña nada.

Ni a mí. Pero este libro no es mío, sino de los cauvaqueros. Son ellos los que hablan y cuentan su historia. Lo único que yo he hecho ha sido plasmarlo en papel. Nada más.

Cauvaqueras pasando por delante de la ermita de San Bartolomé

Cauvaqueras pasando por delante de la ermita de San Bartolomé

¿De ahí que firmes con pseudónimo?

Firmo con pseudónimo porque, como te digo, los protagonistas son ellos. Si te fijas, no hay ningún elemento que corte el discurso de los entrevistados. Sólo he creído oportuno poner una o dos notas al pie. Lo que sí que firmo con mi nombre es la introducción, porque emito opiniones personales y soy el único responsable de ellas. Por lo demás, y volviendo a tu pregunta, estoy en un momento personal en el cual huyo de cualquier escenario de protagonismo. No me interesa. Además, si no hubiera detrás una masa social que a través de sus cuotas pagara este libro, o cualquier otro que ha hecho nuestra asociación, no de nada serviría. Es un trabajo de todos.

Casi tres años de trabajo. ¿Da para tanto la huerta de Cabo de Vaca?

Depende de cuánto profundices. Es cierto que no era la Herradura, con la gran densidad de población que allí hubo, sobre todo en la guerra, cuando se refugiaron cientos de caspolinos (cauvaqueros incluidos), pero otros factores, como su gran cercanía al pueblo, le daban igualmente mucha vida y hacía que mucha gente, a pesar de no vivir allí, fuera y viniera cada día a trabajar sus tierras. También hemos querido hacer mención a ellos. Así como a quienes vinieron a Caspe durante aquellos años para trabajar en la presa. Ahí hay un aporte cultural y un choque muy importante, que merecería un estudio más profundo.

En cuanto al tiempo invertido en este trabajo, es cierto que se podría haber acabado antes, pero creo que nos hubiéramos perdido aportaciones interesantes. Además, he tenido que priorizar continuamente otros proyectos. Pero no me quejo. Al contrario.

En definitiva, ¿podemos decir que este libro se ha cocido a fuego lento?

Totalmente. Y espero que se note, para bien.

¿Alguna entrevista que recuerdes con especial cariño?

En cierto modo, todos o casi todos los encuentros con cauvaqueros (e incluyo aquí a la gente del Ramblar y del Fondón), han sido muy enriquecedores. Pero permíteme que me quede con la entrevista a Pilar Ezquerra, que falleció hace ahora un año y que, no sabes cuánto lo lamento, no podrá disfrutar del libro. Tenía mucha ilusión. En cuanto a divertidas, las charradas con José Juandiez, con Miguel Pinós o con Rafael Fort, se han llevado la palma. Son personas muy divertidas y eso lo transmiten en su relato. Por el componente emotivo, sin duda, las dos veces que he podido visita a Carmen Sanz, tu tía. Le preguntabas cómo era la vida en Cauvaca y, antes de empezar a hablar, lloraba. Eso te desgarra. Es muy difícil no tomar partido en esas situaciones. Era su hogar el que quedó bajo las aguas. Escuchar de su voz, o de la de Paquito Samper, cosas como “tengo grabado en el recuerdo cómo el agua brincó el bancal de alfalces”, conmueve.

Cabo de vaca_acequia2

¿Y de la colaboración de Pedro Arrojo, actual diputado en Madrid, qué puedes decirme?

Pues que es todo un lujo y un gran placer poder contar con Pedro en este proyecto. Es un buen amigo nuestro. Ha participado activamente en las dos jornadas sobre Patrimonio inundado que ha organizado nuestra asociación en 2013 y 2015, y cuando le ofrecí, en noviembre, hacer el prólogo del libro, no lo dudó. Y eso que por entonces ya andaba muy liado con la campaña electoral. Yo creo que hay que remontarse a los tiempos de Ossorio, hace más de 100 años, para que un diputado de las Cortes Generales prologue un libro en Caspe. Pero más allá de su actual condición, el Dr. Arrojo es posiblemente la mayor autoridad en materia hidráulica en España. Que sea nuestro amigo y colaborador es un gran placer y un privilegio que intentaremos seguir disfrutando en otras ocasiones.

También quiero destacar la colaboración sabia de un buen amigo mío, que prefirió mantenerse anónimo, y que lamentablemente falleció hace muy poquito. Pensé en él para que nos acercara la última romería de San Bartolomé, en 1965. El texto, colocado a modo de epitafio, cobra, tras su repentino y triste adiós, aún más belleza y relevancia. Se trata de una persona decisiva en la vida social y política de nuestra ciudad. Lo vamos a echar mucho de menos.

Vamos a tratar un poco del contenido del libro. Citas la presencia de maquis en la zona. ¿Fue residual o más frecuente de lo que pensamos?

Realmente no lo cito yo, sino ellos, los cauvaqueros. Pocos. A la mayoría no les sonaba de nada, y otros reproducen episodios que hubo en la Herradura o en otras partidas de Caspe. Me inclino a pensar que, en Cauvaca, fue un fenómeno residual. En cualquier caso, si la Guardia Civil estaba continuamente al quite (en el soto Colera tenía un puesto de vigilancia) sería porque la amenaza existía. Pero, como te digo, el libro pretendía contar los recuerdos de los cauvaqueros, y en ningún caso hacer un estudio histórico del «fenómeno maquis» o de cualquier otro tema que surgiera en las entrevistas.

¿Por qué incluyes también partidas como el Ramblar?

Por varios motivos: primero, por ser lindantes con Cauvaca. Había una relación estrecha. De hecho, hubo matrimonios formados por vecinos de ambas partidas. Segundo, y unido al primero: porque los niños del Ramblar se escolarizaban también en la escuela de San Bartolomé. Y tercero, porque también se vieron afectados por el embalse. La relación entre el Ramblar y Cauvaca era, como te digo, la de dos hermanos que crecen y viven a la par. Y lo mismo se puede decir del Fondón.

 ¿Qué es el Fondón? ¿O qué era?

Lo del Fondón es una historia muy interesante. Se trataría de una sima en la que el Ebro se estrechaba y había mucho clote, de modo que el agua estaba muy calmada. Los vecinos bajaban allí, a la fontaneta, a bañarse o a pescar. Incluso pasaban fácilmente a la otra orilla, al soto Colera. Valimaña y Cacho ya destacan que durante una larguísima sequía que hubo en el siglo XIII antes de Cristo, el Ebro “se agotó” (cito a Cacho), pero siguió habiendo agua en ese punto, de modo que se repartía, a pozales, a quien vinera a buscarla. Era por tanto un paso muy vigilado. Esa historia ha ido transmitiéndose generación tras generación. A mí me la contaron varios vecinos que, francamente, dudo mucho que la hayan leído a los autores arriba citados.

¿Y la ermita de la horta estaba allí, verdad? 

Sí. Casi todos se refieren a ella como “el Santo Cristo”. Estaba en el soto, frente al Fondón y Cauvaca, y dentro encerraban las ovejas los pastores de la zona. Era propiedad de la familia Bardavío. Todo hace pensar que fue el centro de alguno de los poblados que, como Miralpeix, funcionaron hasta la baja edad media. Las romerías del segundo día de Pascua se hacían antiguamente allí. Cierto que se recuperó de las aguas, en el 73, aunque fue bastante expoliada hasta que se volvió a montar. Lo que sí se quedó para siempre bajo el Ebro, además de otra tumba romana similar a la de Miralpeix, fue una mina que cruzaba el río por debajo, y que, cuentan, llegaba hasta el Hospital de Santo Domingo. Ahí hay una historia de misterio realmente fascinante. También pereció la cueva del Fondón, que tuvo que ser muy grande, porque en días de lluvia se encerraban rebaños de más de un centenar de cabezas.

¿De todo esto habla el libro?

Claro. De todo esto hablan los huertanos, si, y de muchas más cosas, entre lo corriente y lo excepcional, porque, a fin de cuentas, es el relato de su día a día.

(Continuará)

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