Sasé, veinte años perdidos

Ahora se cumplen veinte años de la ocupación de Sasé. Una fecha que marcó el inicio de una nueva etapa para este pequeño pueblo pirenaico. Anteriormente pasaron cinco décadas de silencio desde 1965, año en que se marcharon los últimos moradores producto de una emigración que de manera fulminante dejó vacíos centenares de pueblos. Su ubicación, elevada y alejada del valle, lo convertía en un lugar donde la vida debió ser dura y difícil. Constituyó uno de los pueblos más importantes de La Solana, una subcomarca elevada en la margen izquierda del valle del río Ara. En el siglo XVI contaba con unos 23 fuegos o familias, y en el año 1900 albergaba 104 habitantes. La localidad ofrecía un aspecto señorial como así lo demuestra su arquitectura civil con una veintena de casas: Pablo, Agustín, Lacort, Vallés, Pedro, Simón, Ambrosio, Antonio, Escuaín, Antón Duaso, El Herrero, Chusé, Chirón, Latorre, Santafé, Puyuelo, Chacinto, Fuertes, Périz, Buisán, Pascual …

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Sasé fue ocupado en enero de 1996 por un grupo de gente que en su mayoría provenía de Primout, otro pueblo ocupado en el Bierzo. Maestros, técnicos agrícolas, artesanos y otra gente se organizó en el colectivo Colores y decidió rehabilitar Sasé. Su modo de vida estaba basado en la agricultura biológica en estricta consonancia con las leyes naturales de una manera simple y primigenia. Desde el primer momento se pusieron en contacto con la Diputación General de Aragón, propietaria del enclave, para intentar regularizar su situación tal y como habían conseguido los pueblos de la asociación Artiborain (Artosilla, Ibort y Aineto). La DGA exigió que abandonaran el pueblo para sentarse a hablar, y así lo hicieron trasladándose a Artosilla. Ante la inmovilidad del proceso, unos meses después decidieron volver a Sasé. En menos de dos años reconstruyeron dos casas, siete bordas*, el molino, la herrería y los pequeños huertos. Los niños tenían una escuela con una maestra titulada y consiguieron forjar una estructura social comunitaria. La administración reaccionó y consiguió una orden desalojo en julio del 1997. Durante ese verano se inició una campaña de apoyo a la ocupación con recogida de firmas, aparición en conciertos y espectáculos de circo callejero entre otras muchas actuaciones mediante las cuales se dio a conocer la problemática de este pequeño pueblo pirenaico. A primeros de agosto se había concentrado más de un centenar de personas en Sasé. Sus nuevos habitantes nunca hubieran esperado una respuesta tan masiva a su llamada y se vieron desbordados. No había suficiente herramienta para tantas manos dispuestas a trabajar y faltaba comida para alimentar a tantas bocas. En ese mes efectivos policiales intentaron un primer desalojo, pero debido a la resistencia y al gran número de personas no tuvo éxito. El paso del verano vino acompañado por una significativa disminución del número de resistentes en el pueblo. Entonces se daban las circunstancias para la intervención policial que tuvo lugar el 23 de octubre de 1997. En ella actuaron medio centenar de agentes que apenas lograron vaciar dos casas y tan sólo detuvieron a cinco personas. Cuando llegó la noche la comitiva formada por guardias, personal de los juzgados y albañiles se fue por donde había venido. Al día siguiente llegaron al pueblo una veintena de vehículos todoterreno con un pequeño ejército de antidisturbios que no escatimó recursos y esfuerzos. El resultado fue más que previsible: 32 detenciones, varios heridos acompañados de destrozos en el interior de las casas y huertas. En los días sucesivos operarios custodiados por los guardias civiles iban tapiando las casas del pueblo y llevándose en camiones las pertenencias de sus habitantes.

*Borda: Establo.

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El colectivo que ocupó Sasé se fragmentó tras el desalojo. Después de varios meses de protestas, marchas y manifestaciones en toda España, la DGA les ofreció el pueblo de Solanilla. Aunque con una sola casa habitable, una parte de Colores llegó a este despoblado, pero a pesar del ofrecimiento recibieron nuevas amenazas de desalojo. Otros decidieron seguir viviendo escondidos en los bosques cercanos a Sasé. Sobrevivieron un año y medio hasta la primavera 1999, en que volvieron a ocupar el pueblo. Y mientras otros iniciaban una peregrinación por varios espacios en el entorno de Boltaña. Durante esta época se sucedieron una serie de acciones que seguían recordando a la opinión pública aragonesa lo ocurrido a finales de octubre: huelgas de hambre, manifestaciones, acampada en Zaragoza, marcha a pie hasta Boltaña, etc. En enero de 1998 se organizó una acción sorpresa en Sasé. En ella participaron más de un centenar de personas que derribaban los muros que tapiaban las puertas de las casas y las bordas de Sasé, además de limpiar el pueblo. En julio de 2001 aquella comunidad de resistentes volvió a reunirse por unos días en Huesca. La Audiencia Provincial juzgaba los hechos ocurridos durante el desalojo y nueve personas se enfrentaban a cargos de 2, 3 y 4 años de cárcel respectivamente. El juicio se convirtió en un alegato político en defensa de la ocupación rural. Finalmente fueron absueltos todos menos uno que fue condenado a un año de cárcel por lanzar una piedra a un guardia civil. La desproporcionada acción policial de octubre de 1997 no consiguió su objetivo, pues a día de hoy Sasé sigue ocupado. Sin embargo logró deshacer el colectivo que entonces lo habitaba y el proyecto que empezaba a construir.

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Hace unos meses decidí conocer este pueblo, uno de los más bonitos de los centenares de despoblados con los que contamos en Aragón. Lo primero que sorprende es que este conjunto con un patrimonio tan valioso pueda estar abandonado a su suerte, y digo abandonado por su propietario, la Diputación General de Aragón. A pesar de su estado de ruina todavía se conservan muros y tejados de buena parte de las viviendas, así como algunas de sus portadas y sus tradicionales chamineras*. También la iglesia de San Juan Bautista se mantiene en pie, con su torre como emblema del pueblo. Sin embargo su interior sirve como refugio para las vacas que pastan en los alrededores. Un pueblo que todavía podría recuperarse, aunque a juzgar por los acontecimientos de los últimos años las esperanzas son escasas. Y mientras tanto poco a poco las piedras de las casas van cayendo sin que nadie lo remedie.

*Chaminera: Chimenea.

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En mi visita pude también ver los restos de la ocupación de los últimos años, con materiales y vehículos abandonados que dan una imagen todavía más penosa del núcleo. Todavía viven varias personas allí. De no haberse producido el desalojo, las más de cincuenta personas que vivían en Sasé hubieran permanecido en el pueblo. Pero lo que no está tan claro es durante cuánto tiempo hubieran seguido siendo tantos ni cuándo hubiera empezado a producirse la rotación de gente tan habitual en este tipo de colectivos. Lo que está claro es que el pueblo estaría en mejores condiciones, como así lo atestiguan experiencias en otros pueblos ocupados que han logrado evitar que la vegetación y la caída de sus casas. Sin duda alguna ha sido una oportunidad perdida para Sasé.

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Para buscar los responsables de este deterioro hay que apuntar directamente a su actual dueño, la Diputación General de Aragón. Queda clara la incapacidad de mantener el patrimonio que atesoran en la interminable lista de pueblos deshabitados que poseen, pero tampoco han trabajado como se debiera en este campo. Y no estamos hablando de inversiones millonarias, sino de búsqueda de alternativas para evitar su deterioro y la vuelta a la vida de estos núcleos. Una de ellas hubiera sido la cesión de este enclave con unas determinadas condiciones. La experiencia de la asociación de Artiborain ha dado buenos resultados, logrando recuperar tres enclaves del entorno de Sabiñánigo, por un colectivo similar al de Colores. Simplemente había que haber acordado las condiciones para garantizar y legalizar esta situación, siempre con el empeño de recuperar el núcleo. Pero además lo fundamental es darle vida. Recuperar arquitectónicamente sus edificios y destinarlos a usos turísticos rehabilita el patrimonio pero deja los núcleos sin alma, y contamos con varios ejemplos en el Sobrarbe, como Morillo de Tou y Ligüerre de Cinca. Pueblos recuperados pero sin vida.

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Otro factor a tener en cuenta es el sentimental. Sus antiguos habitantes tuvieron que dejar su pueblo hace décadas, y ahora sus descendientes que ya no poseen la propiedad pueden opinar de una manera crítica sobre los futuros usos. Han pasado cinco décadas en las que el pueblo ha estado despoblado y parece que no ha habido preocupación por la ruina progresiva de sus casas, ni ha habido reproche alguno a la DGA por su abandono. No tiene mucho sentido que ahora se critique una ocupación, o cualquier otra alternativa para el pueblo de sus antepasados. Y si hubiera interés, no poseyendo ahora títulos de propiedad, sólo tendrían que solicitarlo a la Diputación General de Aragón. La reversión de las propiedades sería lo más justo y ético, siempre que hubiera interés real por sus descendientes, y en ello debería colaborar la administración.

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La flor deshojada de La Solana está camino de su muerte si no se remedia. Como dice la Ronda de Boltaña tanto la insensatez de los guardianes como el silencio de sus hijos mucho tiene que ver en ello. Y para ello es necesario sentarse y hablar con los habitantes que se fueron, los que quedan y los que han llegado. Con el pueblo en pie todavía hay esperanza. Mientras tanto el tiempo corre en contra y las piedras se van cayendo, ante el abandono de su propietario.

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