Puente de Piedra, en pie a merced del río Ebro

Hace unas semanas el Ebro ha estado de actualidad debido a una crecida extraordinaria. Esta situación se repite de manera periódica ya que como bien nos enseñaron en el colegio nuestro río es el más caudaloso de España, y además su régimen es muy variable a lo largo del año. Así lo atestiguan los datos. Durante la crecida del 23 de octubre de 1907 en Tortosa se alcanzaron unos 8.000 m3/seg y una altura en el cauce de casi diez metros, en claro contraste con el caudal de 32 m3/seg que llegó a tener en un periodo de sequía. Ello se debe a que la cuenca hidrográfica es muy amplia y recoge las precipitaciones de zonas lluviosas. Cuando coinciden en el tiempo lluvias intensas y el deshielo las crecidas son habituales. Pero dependiendo de factores como la intensidad de las mismas y la zona que abarcan, además de la subida de temperaturas que provocan el deshielo masivo pueden generar crecidas extraordinarias.

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La subida del caudal del río naturalmente afecta al cauce del río, pero la naturaleza tiene sus mecanismos para asimilar estas situaciones. El cauce es amplio y las gravas se van moviendo y adaptando según el movimiento de las aguas. La vegetación de ribera limita el cauce y está adaptada para la inundación; tras la retirada de las aguas sigue su ritmo natural. Si la crecida es extraordinaria puede incluso modificarse el cauce creando un nuevo trazado dejando abandonado algún tramo, conocido como galacho*. La vegetación va colonizando estos espacios y con el tiempo se convierten en nuevos bosques de ribera. Y en caso de que el caudal sea muy elevado la naturaleza tiene previsto la inundación de los terrenos circundantes al río, con el fin de amortiguar la crecida y reducir la velocidad del agua, cuyo aumento es proporcional a los daños que puede llegar a producir. Gracias a estas crecidas el cauce se limpia de sedimentos, a la vez que los deposita en otros puntos dando lugar a las fértiles tierras del valle del Ebro.

La entrada en escena del hombre en los últimos siglos de vida del río ha supuesto un cambio notable en el paisaje ribereño. El valle del Ebro fue ocupado por el Hombre de Neandertal hace aproximadamente unos 100.000 años. Su influencia sobre el medio natural fue mínima hasta hace unos dos mil años, cuando se comenzaron a levantar obras civiles tanto para su asentamiento en núcleos urbanos como para el aprovechamiento de los caudales. En las últimas décadas debido al avance tecnológico el hombre ha intentado dominar el río Ebro para evitar las crecidas extraordinarias que producen daños en las zonas anegadas debido a la presión demográfica a la cual están sometidas las tierras más cercanas al cauce. La construcción de presas ha reducido de manera notable las avenidas, que a lo largo de la historia del Ebro han sido mucho mayores. Sin embargo es imposible el dominio absoluto de un río, cuya naturaleza depende de tantas variables.

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El río Ebro es un elemento fundamental para la ciudad de Zaragoza, y marcó el asentamiento íbero de Salduei en el siglo III a. C. Posteriormente fue ocupado por la ciudad romana de Caesaraugusta. Y para facilitar el paso de un río con una anchura de unos doscientos metros, cuyo caudal era tan irregular, fue necesaria la construcción de un puente sólido. Los romanos construyeron el primero de ellos de estas características frente a una de las calles principales que configuraban la ciudad, el Cardo (actual calle Don Jaime I). El puente romano no está determinado de qué material fue construido, y parece que fue destruido hace el año 827, siendo reconstruido por Abderramán II en 839. Desde el siglo XII se tiene constancia de la intención de construir diversos puentes que fueron sucumbiendo a las riadas del Ebro. La actual fábrica data el siglo XV, y no de época romana como todavía algunos piensan. Esa ubicación se ha mantenido en el tiempo como único lugar estable para cruzar el río Ebro en Zaragoza, constituyendo el nudo de comunicaciones más importante del tramo medio del valle del Ebro. En el año 1895 se inauguró el puente del Pilar, más conocido como puente de Hierro, que le arrebató la hegemonía que había ostentado durante siglos.

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El actual Puente de Piedra ha sufrido numerosas reformas a lo largo de su historia, determinadas precisamente por la acción del río Ebro y sus embestidas. Fue levantado entre los años 1401 y 1440. En tal magna obra intervinieron entre otros muchos maestros mudéjares, artesanos y obreros cristianos, un arquitecto alemán y un maestro italiano. Y fueron necesarias muchas toneladas de madera, cal, yeso y fundamentalmente piedra. La madera llegó de los Pirineos y también de bosques cercanos como los de Leciñena. Y la piedra llegó de las canteras del Castellar. El río ayudó a llevar por sus aguas todos estos materiales para su construcción, pero sin embargo la furia de sus aguas también obligó a reconstruir el puente en numerosas ocasiones. En el año 1580 ya fueron necesarias obras importantes para su consolidación debido al desgaste producido por la fuerza del río. En 1643 tuvo lugar la tamborinada* más importante de la que hay noticia, lo cual provocó el desplome de dos arcadas centrales del puente que tardaron quince años en reconstruirse. Esta situación quedó plasmada por el pintor Juan Bautista del Mazo en su conocida estampa del puente zaragozano. En 1659 fueron realizadas las obras que dieron el aspecto actual a la obra. Ya en el siglo XVIII se llevaron a cabo obras de envergadura para encauzar el agua bajo el puente y proteger los pilares. También se construyó un importante muro que protegía el Templo del Pilar para evitar así las embestidas del río en la margen derecha, y que ocultó una de las arcadas del puente situada en el arranque de la calle Don Jaime I. Finalmente en el año 1813 fue volado el arco más cercano al barrio del Arrabal con la retirada de los franceses, que fue reparado rápidamente.

*Tamborinada: Riada.

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En la historia reciente las avenidas han sido numerosas. El 13 de enero de 1871 tuvo lugar una de las riadas más importantes. Entonces el agua llegó a cinco metros del palacio de la Aljafería. En el Puente de Piedra se superó en metro y medio la altura marcada de la mayor avenida conocida hasta entonces, marcada por una argolla. En aquella época no había motas para contener el cauce y la superficie inundada fue amplísima. En el año 1930 se llegaron a alcanzar los 3.500 m3/seg con una altura sólo inferior en 15 centímetros a la avenida anterior. En aquella época hubo que desalojar los barrios de Ortilla, Ranillas, Montemolín y Miraflores. Unos años antes se había fundado Helios y construido los Baños del Ebro junto al río que sufrieron la primera de las inundaciones de su historia. En 1936 se volvieron a alcanzar los seis metros de altura en el cauce del río en otra riada. Y llegó la riada del 2 de enero de 1961, la mayor del último siglo. Entonces se alcanzaron los seis metros y medio en el cauce, con un caudal de 4.130 m3/seg. Además de su envergadura los daños fueron mayores ya que se mantuvo durante cuatro días. El cauce ocupaba kilómetros de anchura en algunos puntos del cauce cercano a la ciudad. En el Puente de Piedra se sobrepasó la argolla que marcaba las riadas históricas. Los daños fueron incalculables y la superficie inundada pudo apreciarse desde los medios aéreos convirtiendo el valle en un auténtico mar. En los años sucesivos se fueron construyendo muros de contención en muchos tramos del río, cuya experiencia ha demostrado que sólo han servido para que el recorrido del río no varíe. Y la construcción de presas en la cuenca del río ha servido para eliminar las avenidas ordinarias, pero no así las extraordinarias debido a la gran cantidad de agua que puede llegar a llevar el río. En esos casos el Ebro ha destruido los diques con la furia que le caracteriza en estos episodios. Todavía queda muy reciente la avenida del 2 de marzo de 2015 en la que se alcanzaron los 6,1 metros de altura, con un caudal de 2.610 m3/seg. Queda claro que el río necesita su espacio, y por mucho que el hombre quiera dominar el río, cuando se desata su fuerza él siempre tiene las de ganar.

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Un ejemplo de resistencia es el Puente de Piedra, levantado por el hombre como un elemento necesario para su desarrollo social y económico, que está en pie a merced del río Ebro. Un indomable río cuya furia se desata de manera periódica con riadas que contribuyen a mantenerlo vivo pero que amenazan al asentamiento humano en sus riberas. La única solución es convivir con él buscando un equilibrio entre el ser humano y el río.

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