Cuando el Ebro se enfada…

La reciente crecida del Ebro es la causante por  inundación, del destrozo de más de 20.000 has de terreno agrícola, unas 170 explotaciones ganaderas con caballar, lanar porcino, vacuno, casi medio millar de casas construidas en situación irregular, además de sistemas de riego, caminos, maquinaria y varios centenares de vehículos. Sus  dramáticas consecuencias nos parece  algo inexplicable, cuando en realidad no lo es tanto si nos detenemos a analizar el fenómeno.

Por comparación con otras grandes avenidas, como la del año 1.961, esta última con igual o menor caudal ha ocasionado mayor extensión inundada y mayores daños a las cosas, excepto en el tramo aguas abajo del embalse de Mequinenza, que ha laminado la crecida. Todo ello tiene su porqué, que intentaremos  explicar.

Pradilla de Ebro, inundada.

Pradilla de Ebro, inundada.

Ante todo, resulta difícil añadir algo más o poner el mínimo reparo a lo que sobre el tema han escrito expertos del máximo nivel. Para entender del asunto es muy útil leer lo publicado por ellos, y sobre todo los artículos de D. Pedro Arrojo. Más importante aún sería que, quienes tienen la responsabilidad de poner remedio, empiecen a considerar  esas valiosas opiniones.

Con el lenguaje sencillo del ciudadano observador intentaré que todos entiendan el porqué de lo sucedido y no se queden con la simpleza de reclamar el dragado del río, como si eso fuera la solución.

Lo primero que debemos aceptar es que el Ebro, al igual que otros muchos ríos, ha provocado inundaciones siempre y lo seguirá haciendo. Gracias a esas grandes avenidas, repetidas a la largo de miles de años, tenemos espléndidas huertas formadas por depósito de los limos arrastrados. De lo que se trata pues es de minimizar los daños y olvidar la  pretensión de dominar a la Naturaleza, puesto que ella siempre acabará imponiendo su ley.

Y ¿qué podemos hacer para reducir los daños? Pues no es tan complicado. Lo primero, respetar el espacio del rio. No se explica de ninguna manera que se autorice la urbanización  de zonas inundables, esas donde ahora el agua cubre casas, fábricas y granjas que están donde jamás debieron construirse. En esta última riada se han superpuesto varios fenómenos que justifican el que, con similar o inferior caudal al de otras ocasiones, se produzcan mayores daños. Añado que, de no ponerse remedio, futuras riadas aún serán más dañinas.

Para soluciones de futuro y para todos los ríos se debería reflexionar sobre lo que sigue:

Ser más parcos en las concesiones para construir pantanos, que si bien tienen su lado positivo, también lo contrario. Evidentemente, son útiles para almacenar agua, producir energía y controlar las grandes avenidas, pero, entre otras que no vienen al caso citar ahora, son una barrera que amansa la bravura de los ríos, de modo que sus arrastres se quedan en el lecho de los pantanos. Eso hace que el delta del Ebro, que hasta hace 50 años avanzaba mar adentro, ahora retrocede. Si los limos se quedan en el fondo del embalse, la cota del cauce natural del río se eleva y, por lo tanto, se minora su pendiente. Consecuentemente, con el transcurrir de unos cientos de años el pantano acabará colmatándose  y perdiendo su capacidad de almacenaje.

Hace cincuenta años se regaban muchísimas menos hectáreas que hoy. Eso hace que el caudal del río, sobre todo en época de estiaje, sea muy inferior al de antes. Con menor caudal, disminuye y hasta anula la capacidad de arrastre de las aguas. Cuantos menos arrastres, más sedimentos se depositarán en el área del rio, que será menos bravo y elevará la cota de su lecho. Al circular menos caudal, el río estará más sucio, la maleza se adueña del entorno y entorpece las futuras avenidas.

En el caso que nos ocupa, se da otra circunstancia añadida, y es que previa y muy próxima a esta riada ha habido otra que ha elevado los niveles freáticos a su máximo altura y ha dejado los terrenos empapados, sin capacidad de absorción para la siguiente riada.

Hay que destacar otro fenómeno, no menos importante, que se debe al cambio climático. Antes, las precipitaciones en forma de grandes nevadas en la alta montaña se mantenían como reserva hasta la época de deshielo durante la primavera–verano. Ahora, cuando se produce un fuerte temporal con precipitación en forma de nieve en la montaña y lluvia en el llano, como en el caso que nos ocupa, puede ocurrir, y de hecho ocurre, que a partir del día siguiente se eleve la temperatura anormalmente y se produzca el deshielo fuera de temporada, sumándose al ya elevado caudal producido por el temporal de lluvia en el llano, con las consecuencias que ya conocemos en la última riada.

LA CRECIDA DEL EBRO HA PASADO YA POR TUDELA

Así pues, este observador deja caer estas propuestas:

– Ponerse las pilas para frenar el cambio climático.

– Mantener limpio de maleza el cauce de los ríos.

– Eliminar las construcciones que invaden el área de inundación,

– Dragar exclusivamente las zonas concretas donde se han formado barreras o islas de sedimentos que obstruyen o desvían el trazado natural del río.

– Hacer más eficientes los sistemas de regadío hasta reducir sensiblemente el consumo de agua. Para ello se precisan, ineludiblemente, ayudas al agricultor.

– Poner en cuarentena la idea generalizada existente de que HAY QUE DOMINAR A LA NATURALEZA. Eso no es inteligente.

– Crear, si ello es posible, zonas inundables en terreno baldío para dar salida  a las grandes avenidas.

– Crear protecciones laterales en los lugares concretos donde sea preciso

– Aceptar que podemos minimizar pero no evitar la totalidad de los daños producidos por grandes riadas y, por lo tanto, que debemos hacer previsión de los fondos necesarios para indemnizar por los daños producidos a la agricultura.

Con lo dicho estaríamos en el buen camino.

Antonio Espinosa Marchal

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