Memorias de un caspolino cualquiera (IV): MARZO

Marzo muchos años es sinónimo de Semana Santa. Y la Semana Santa bajoaragonesa, al margen de creencias religiosas, es un sentimiento.

Los nacidos en el Bajo Aragón no podemos desligar la Semana Santa del sonido atronador de los tambores y de los bombos, de las rompidas de la hora, de las procesiones y su imaginería. En Caspe nada es diferente a este sentimiento, que se va mamando de padres a hijos y que hace de nuestra Semana Santa una llamada turístico-religiosa muy importante.

Pero hubo otros tiempos, que recuerdo en blanco y negro, donde prevalecía lo religioso sobre lo laico, el recogimiento, las abuelas con mantilla negra y cuando los bares apagaban sus luces al paso de los santos. No tendría más de tres años la primera vez que procesioné con una cruz a cuestas, vigilado por mujeres mayores que rezaban el rosario. Pero yo lo que quería era llevar capuchón y tocar el tambor o el timbal, como mi padre.

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Esas Semanas Santas de cuando era menos de cinco años las recuerdo con total nitidez. Acompañaba a mi padre a los ensayos, en La Porteta, entre los Juzgados y las escuelas, donde recuerdo que El Nazareno tenía un local donde guardaban los bombos y tambores de la cofradía. Recuerdo como mi padre coordinaba la banda de tambores y bombos y Felipe Liria coordinaba todo. Yo creía que la imagen del Nazareno era suya, por como trabajaba y la preparaba para la procesión. Mi padre le acompañaba a recoger las flores que adornarían el Paso y a recoger los cirios cuyas llamas bailarían al vaivén de la imagen que parecía recobrar vida propia cuando salía a recorrer las calles de Caspe.

Con cuatro años ya saqué un tambor y mi padre dejaba a Perico, el de las aguas, encargado de nuestro cuidado. Cuánto cariño cogí al bueno de Perico…

Voy a cumplir 50 años y llevo 50 años de Nazareno. Cuando nacen, a unos los hacen del Betis Balompié; a mí me hicieron Nazareno.

En todo este tiempo, solo he sacado el paso en una ocasión: cuando contaba con 17 años por una promesa al aprobar mis oposiciones para el ferrocarril. Hace 33 años.

Este año, por otra promesa, por un ¿a que no?, si me lo permiten lo sacaré los dos días que procesiona. Y volveré a ver a mi padre y a Felipe en su frenético trabajo para que todo saliese bien y a mi abuelo Valentín en la acera del Cantón de la calle Vieja con una lágrima en la mejilla.

Carlos Juan Borroy

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