Nos habían dicho que, izados en ella, en días de atmósfera limpia se veía el Moncayo; o que, con la ayuda de prismáticos, se atisbaban las torres del Pilar.
No fue precisamente la necesidad de comprobar la veracidad de esas afirmaciones lo que nos llevó a visitar la Piedra de Zaragoza. El objetivo era pasar una agradable mañana invernal (aunque parezcan términos contradictorios), caminando por nuestro término municipal, concretamente por la Sierra de Vizcuerno. Es una excursión que todo caspolino que se precie debería hacer al menos una vez en la vida. O dos, si son pequeñas. En bike o en el coche de San Fernando. Sin prisas de ningún tipo.
El ascenso a Vizcuerno es un trayecto muy entretenido, con una pista amplia pero de fuerte pendiente que, sin grandes apuros, nos lleva de los 130 metros del casco urbano de Caspe hasta los 420 en los que se sitúa el vértice geodésico que pone punto y final al ascenso. Es imprescindible, durante el ascenso, detenerse a contemplar las estampas preciosas de nuestro pueblo en la lejanía, de Chiprana, de la sierra de Valdurrios, del pantano de Civán, de las fecundas partidas de Capellán, la Rigüela, y de tantas y tantas preciosidades con las que convivimos y en las que no solemos reparar. Quizá porque no tengamos la perspectiva y la quietud adecuadas.
La Piedra de Zaragoza es una extrañísima formación rocosa que, como un dedo acusador, un ojo de sauron o el falo erecto de un gigante, desafía a la gravedad y se mantiene firme al paso de los siglos y al azote del cierzo. Y si no, subid, subid a la “tarima” y marcaos un bailecito.
(Que si se ven el Moncayo y/o las torres del Pilar? Pues… tendréis que averiguarlo vosotros mismos. Merece la pena!)
Els Garruls
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