A la sazón (2): Aquellos viajes en tren

Hoy los caspolinos subimos a Zaragoza a echar el café, a pasar la tarde o a ver un partido del CAI. Pero hace noventa años ir a Zaragoza era, más que una excursión, un capricho que no todo el mundo se podía permitir. Si viajabas en tren, suponía perder todo el día; si ibas en caballería, dos o tres jornadas. Podemos imaginar la “velocidad” del ferrocarril allá por el 1925, el interminable lrosario de estaciones, el humo del carbón o la infinidad de chismes e historias narradas en voz alta, por encima del incómodo pero entrañable traqueteo del vagón.

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El niño de la foto se llama Joaquin. Es el menor de los cuatro hijos varones de José Gavin y Agustina Fillola, con domicilio en la calle Nueva. Detrás está la tía Teresa, hermana de su madre, flanqueada por dos mujeres (de las que casi nada sabemos, salvo que una de ellas era -o había sido- maestra en la Ciudad del Compromiso). Observamos el rostro, entre la sorpresa y el temor a lo desconocido, del niño que sale por primera vez de su pueblo, de ese pequeño cosmos que sus padres, hermanos y abuelos han creado para él.

Unas semanas antes, mientras jugaba en la Plaza de las Monjas, a Joaquín le había pasado un carro por encima de la pierna. Accidentes como éstos eran bastante habituales y se resolvían en la mayoría de los casos con la amputación del miembro dañado. Pero en esta ocasión, la Fortuna, la Providencia o las plegarias de la tía Teresa quisieron que el niño no se convirtiera, a edad tan primera, en un tullido. De modo que, una vez superado el susto, Teresa cogió a su sobrino, lo metió en el tren y lo llevó a Zaragoza  a rendir pleitesía a la Virgen del Pilar. No será la última vez que la integridad de los gavines de la calle nueva esté bajo el manto protector de la Pilarica. Pero esa es otra historia.

Por esas casualidades del destino, Joaquin, tras combatir en la guerra civil (pertenecía a la llamada Quinta del Biberón), se hizo ferroviario y vivió siempre ligado al tren. Como sus hermanos Francisco y Miguel. Su último destino fue Zaragoza, donde ejerció de jefe de estación en el Portillo.

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Sobre 1925. Ferrocarril estacionado en Azaila. (Col: IGC)

Cuando leo, en Heraldo, que varias localidades aragonesas, entre ellas Caspe, empiezan el año sin personal en sus estaciones de tren, no puedo dejar de pensar en la dilatada trayectoria del ferrocarril en nuestro pueblo, en su lenta pero imparable agonía y en mi tio Joaquin, que murió hace unos meses, con 93 largos años a sus espadas, y a quien no le hubiera gustado nada esta noticia. Y todavía menos la indiferencia, el conformismo y la falta de rasmia de un pueblo al que, en 1926, cuando él hacía su primer viaje a Zaragoza, acudían a Caspe en ferrocarril los jefes de Estado (Primo de Rivera, el 21 de marzo). Hoy, empeñado en dejar pasar su último tren, ni siquiera trae ya a los Reyes Magos.

Gavín

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