Las brujas de Caspe, La Balma, Prats y la Psiquiatría

El origen de la brujería se pierde en el origen de las civilizaciones. El primer contacto histórico con la magia, lo sobrenatural y la brujería se remonta al Paleolítico, aunque tuvo su apogeo durante la Edad Media y de ahí en adelante. La brujería y sus ideales religiosos difieren mucho de la religión en general, y sobre todo de la occidental y cristiana, ya que las brujas idolatraban a una Diosa y no a un Dios. El ritual de la moderna brujería contiene elementos de las leyendas de Deméter e Istar, divinidades griegas.

Como puede deducir el lector, la brujería es muy anterior a las religiones que luego, durante el medievo y siglos posteriores, intentaría acabar con ella. Para entender por qué en un momento determinado la sociedad europea creyó en la existencia de personas con poderes sobrenaturales, aliadas con el diablo, y que llegaran a convencerse de que el asesinato premeditado fuera la única manera de conseguir su erradicación, hay que partir de premisas y condicionantes de todo tipo: políticas, teológicas y religiosas, intelectuales, psicológicas, antropológicas y hasta una misoginia latente que explotó en ese momento (el 80-85% de víctimas fueron mujeres).

¿Hubo brujas en Caspe? Parece ser que sí. O al menos hubo mujeres que fueron consideradas como tales. En su libro “Tres días con los endemoniados. La España desconocida y tenebrosa” editado en 1929, Alardo Prats y Beltrán hace referencia a “las caspolinas”, un grupo de mujeres que se hicieron célebres por llevar a cabo exorcismos en el santuario de Nuestra Señora de la Balma, perteneciente al pueblo de Sorita o Zorita, en la comarca de los Ports de Morella, limítrofe con el Maestrazgo turolense y Bajo Aragón, en la provincia de Castellón.

Las caspolinas y el endemoniado Manuel Oliver, también de Caspe

Las caspolinas y el endemoniado Manuel Oliver, también de Caspe

En ese mismo libro se afirma por parte de personas fiables de la época, según el autor, que las situaciones vividas en dicho santuario y en las romerías que se llevaban a cabo los tres días anteriores al 8 de septiembre, día de la Virgen, eran la influencia de ocho siglos de superstición mantenida y acrecentada por “las caspolinas”, a las que se menciona mucho en el libro y de las que aquí vamos a citar textualmente el siguiente párrafo:

“¡Estas mujeres…!. En los pueblos de las cuencas del río Guadalope, del Alcañiz y del Bergantes tienen sus nidales y sus centros de brujerío. Mantienen la superstición y hacen granjería de la ignorancia y del dolor de las gentes cándidas. Se llaman, de antaño, caspolinas, porque las más famosas han vivido en el distrito de Caspe. La palabra se ha convertido en sinónimo de bruja. Aliadas del demonio, infunden a sus víctimas el terror y la sugestión de la posesión diabólica. Ellas mantienen una vasta organización, que se pierde entre los pueblos de las comarcas antes mencionadas, en el misterio del secreto. Realizan prácticas de brujería y cobran por su trabajo”.

Estamos en 1929, y este libro supone una descripción, salvando el estilo y al autor del mismo -que antes de escritor fue seminarista-, de cómo perduraban las supersticiones y las creencias en el diablo y sus posesiones en humanos causando las desgracias de personas que no tenían otra culpa que padecer una enfermedad mental, un trastorno de la personalidad o una capacidad de sugestión y una vulnerabilidad muy elevadas y evidentes para las otras personas, como las caspolinas, que sabían sugestionar y valerse económicamente de sus habilidades.

El mismo autor, en las últimas páginas del libro y tras describir cómo termina la romería con la marcha de las caravanas y el rito de arrojar piedras a los barrancos donde suponen que acecha el demonio vencido, emite el párrafo final que voy a citar textualmente: “Se van los romeros. Cada uno, a los demonios de la incultura y la superstición que esclaviza sus espíritus, ha añadido uno nuevo: el del fanatismo, exacerbado en estas escenas de endemoniados que un periodista, en el año de gracia de 1929, acaba de narrar con absoluta objetividad, después de haber permanecido tres días en esta montaña de las pesadillas viviendo un monstruoso sueño de locura”.

Una excelente descripción, salvando los tintes dramáticos, que podríamos utilizar en nuestros días en muchas situaciones de todo tipo: religiosas, políticas, deportivas, que se prestan a reunir a un número ingente de personas con unas creencias determinadas, que no se cuestionan, y crean una fuerza basada en las mismas, de gran intensidad y que podrían ser de gran utilidad dirigidas hacia fines humanos nobles y solidarios. Una cuestión a reflexionar.

Cementerio de Zorita  (Foto: M.B.)

Cementerio de Zorita (Foto: M.B.)

Aunque tengo la desventaja de no haber podido reconocer a las personas que supuestamente padecían de la posesión diabólica, y a las que les era extirpada mediante los rituales que se llevaban a cabo en el santuario de La Balma por las conocidas como las caspolinas, se puede inferir de las descripciones y narrativa de Alardo Prats que se trataba de personas que sufrían diferentes patologías que se encuentran en el arco que va desde la psicosis (enfermedad mental grave que cursa con alucinaciones que pueden abarcar todos los sentidos, incluida la autopercepción), pasando por los trastornos de personalidad (entre los cuales el autor describe de diferentes tipos, pero con la constante de ser individuos que están en permanentes conflictos consigo mismos y con su entorno) y llegando a los que conocemos como trastornos de conversión (antiguamente trastornos histéricos, y que cursan con una serie de síntomas o disfunciones no explicadas, de las funciones motoras voluntarias o sensoriales, que sugieren un trastorno neurológico o médico y en el que se considera que los factores psicológicos están asociados a los síntomas o a las disfunciones. Son muy espectaculares y causan gran asombro en el espectador de los mismos).

Rampa de acceso al

Rampa de acceso al santuario de Zorita (Castellón)

Dado el breve espacio que se me asigna para hablar de este tema, voy a terminarlo con la reflexión sobre el público asistente a La Balma en romería y que se convertía en espectador de los actos que se llevaban a cabo dentro del mismo, con exorcismos para eliminar a los diablos que poseían a ciertas personas que hoy podrían ser catalogadas como pacientes psiquiátricos. ¿Era el fervor religioso? ¿Era el morbo?, ¿Era el negocio que suponían las romerías? ¿Era ver en acción a personas “poseídas” y a “brujas” que eliminaban los demonios y que constituía todo un espectáculo? Todas estas interrogantes, y algunas más que puede plantearse el lector, espero que le sirvan para reflexionar sobre temas como nuestras creencias, el fanatismo, la sugestión, la elección de lo que queremos ver y vivir, y los planteamientos mentales ante estas situaciones que, aconsejo, se hagan siempre sobre el soporte del sentido común.

 Fernando Sopeséns Serrano
Médico Psiquiatra
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