El Cipotegato de Tarazona

Hablar del Cipotegato es hablar de un símbolo de Aragón. Su figura no puede faltar en cualquier composición que quiera definir la tradición aragonesa. Con cada vez mayor proyección internacional, la fiesta de Tarazona se está convirtiendo en nuestra ‘tomatina’ particular. Y esa fama le ha llegado sin pervertir los procesos y sentimientos de una tradición que define a la ciudad y la traslada al mundo como patrimonio inmaterial que debe ser protegido.

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Foto 1. DavidRedal visitaporelmoncayo.com

Cuando la puerta del Ayuntamiento se abre, justo con el sonido de las campanas que anuncian el mediodía, la plaza estalla. La tradición dice que en el corto pero difícil recorrido que hace el Cipotegato para salir de la Plaza de España hay que tratar de alcanzarlo con tomates. Y así lo procuran todos. Al grito de “Cipote, Cipote”, los vegetales rojos le caen desde todos los lados mientras la figura trata de abrirse paso entre la multitud ayudado por familiares, amigos y antiguos Cipotegatos. Los tomates no dejan de caer hasta que desaparece por una de las calles con su séquito, para hacer un recorrido que casi nadie conoce de antemano. Tras esta primera batalla, y hasta que vuelva a la Plaza el protagonista, el lanzamiento de tomates deja de tener un objetivo para convertirse en una guerra campal de “todos contra todos”.

Aproximadamente un cuarto de hora después de que empezara todo, un rumor cada vez más cercano señala que vuelve el Cipotegato. Aún quedan tomates que vuelan de nuevo hacia el objetivo del principio, pero la mayoría opta entonces por aplaudir y reconocer la relevancia del personaje y el esfuerzo del que lo ha interpretado. Los aplausos y gritos de ánimo llegan hasta el máximo cuando el personaje se encarama al monumento que lo recuerda durante todo el año. Luego es recogido a hombros por la multitud para volver de nuevo al Ayuntamiento, donde tendrá lugar la escena íntima en la que explotará la emoción contenida del que ha tenido la gran suerte de ser Cipotegato.

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 Porque, al contrario de lo que puede parecer por el “trato” que recibe del pueblo, lo de ser Cipotegato es todo un honor para los turiasonenses. Y su elección, no es cualquier cosa. El Ayuntamiento la ha regulado con mucha explicitud, procurando que no haya ningún equívoco. Y los vecinos responden siempre al llamamiento anual: cerca de 150 personas lo intentan en cada ocasión y sólo una resulta agraciada. El elegido tiene tiempo para prepararse, porque sabe que va a serlo desde más de un año antes, siempre el último sábado de junio del año anterior. Y es que, además de ser el famoso personaje en las fiestas siguientes, será también el suplente en las que van a tener lugar en un par de meses.

Para ser candidato hay que cumplir una serie de condiciones. Las primeras el ser mayor de edad y natural de Tarazona o, al menos, llevar residiendo allí 10 años. Además, hay que presentar un certificado médico que acredite que no hay impedimento alguno para ejercer adecuadamente del personaje.

Al ser elegido como Cipotegato no se es más que un número. La identidad del que está detrás de la cifra que aparece en el sorteo queda en secreto para la mayoría hasta que no termina el acto. Es un anonimato que consigue dar aún más relevancia al personaje y le da sentido al traje definitorio, que lo mantiene embozado. Una indumentaria semejante a la de un arlequín, con pantalón y chaqueta acolchados de colores rojo, verde y amarillo en anchas franjas horizontales. Sobre esa base, se cruzan formando rombos varias tiras de los mismos colores.  Como complemento lleva un palo con una cadena que acaba en una bola roja.

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¿Pero de dónde viene la figura del Cipotegato? Existen referencias documentales desde comienzos del siglo XVIII, pero en realidad se desconoce a ciencia cierta el verdadero origen de la tradición. Así, por ejemplo, se cuenta una historia no contrastada sobre una “dura” costumbre según la cual se dejaba en libertad a un preso de la cárcel de la ciudad con la condición de que consiguiera salir del pueblo. Pero lo que no sabía el preso es que en las calles le esperaban los vecinos con piedras en las manos para ponérselo complicado. Una historia difícil de creer.

En realidad, más que como actividad festiva, los documentos aseguran que al principio el Cipotegato salió a la calle por encargo del Cabildo, para ahuyentar a los niños por delante de las procesiones del Corpus. Lo llamaban “Pellexo de gato” y también formó parte de los dances tradicionales, quizá como derivación de un personaje más antiguo al que se llamaba “Mojigato” o “Carigato” que ha existido en distintos lugares.

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Relacionado en principio con la maldad por los más pequeños, se cuenta que, mientras les perseguía y les intentaba pegar con la bola al final del palo, de la misma forma que otros muchos personajes similares de otros pueblos de Aragón a los que se conoce con nombres como “Botarga”. En Tarazona dicen que, además, los niños le lanzaban las hortalizas que sobraban en los mercados. Cuando perdió relación con la Iglesia, en el siglo XIX,  pasó a ser costeado por el Ayuntamiento como un acto festivo para los niños. Es tras la Guerra Civil cuando el propio Ayuntamiento comenzó a facilitar tomates para tirarle cuando salía a la calle, pero seguía siendo sólo para los más pequeños.  No era entonces una figura apreciada e incluso existía el dicho “Eres más tonto que el Cipotegato”.

No fue hasta 1976, con los aires de libertad, cuando la gente tomó la calle y, quizá como forma de protesta espontánea, cogió los tomates. En Tarazona recuerdan  que el Cipotegato fue, en aquellos años, un objetivo más con el Alcalde, la Policía Local y la Reina de las fiestas. Pero la fiesta fue tomando cuerpo.

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Fuente: http://identidadaragonesa.wordpress.com/

 

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