Seis rosas negras

El pasado mes de agosto se cumplieron 75 años del fusilamiento, recién terminada la guerra y «estrenada» la Paz de los vencedores, de 13 jóvenes republicanas en un paraje de Madrid. El crimen tuvo lugar en una tapia, tras una farsa de juicio, sin clemencia ni compasión cristianas por un régimen henchido aún de su «misión divina».

Esta efemérides nos sirve para traer a escena, quizá por primera vez, un hecho acaecido en Caspe durante los primeros compases de la guerra, cuando la ciudad vivió una tormenta con visos de hecatombe y que condicionó -quién sabe si no sigue haciéndolo- el sentir y el pensar de varias generaciones de caspolinos.

Nuestro informante -cuya identidad ocultaremos bajo el pseudónimo Bel– era en aquel agosto de 1936 un niño en el que comenzaban a asomar ya los estigmas de la pubertad. Habían transcurrido varios días desde que el 25 de julio, día de Santiago, las milicias anarquistas habían entrado en la Ciudad del Compromiso. Mucha, demasiada sangre había corrido ya por calles y plazas caspolinas. Aquella tarde se encontraba, junto a otros amigos, jugando en el patio del Grupo Escolar, cuando les llegó la noticia de que habían ajusticiado a varias mujeres cerca de allí.

Con la imprudencia y la curiosidad lógica de unos niños, los muchachos salieron al trote, dieron la vuelta a la Colegiata por la revuelta Gayán y se dirigieron a las faldas del Castillo del Compromiso, al principio del Camino del Sanchuelo. El revuelo de gente era considerable, pero si bien la población mostraba congoja, cuando no incredulidad, los milicianos se entretenían fumando sus cigarrillos y llevando conversaciones livianas.

– ¡Chicos, iros a casa! -exclamó una mujer, entre dientes.

-¡Déjalos, camarada! -respondió con soltura un miliciano-. Que de esto también se aprende mucho.

Los muchachos posiblemente no oyeron a uno ni a otra. Iban acercándose poco a poco al lugar donde  un reducido grupo de personas, movidos por la curiosidad más que por el espanto, miraban atentamente. Al llegar a la zona conocida como la Pila de los Legañosos observaron un gran charco de sangre, varios surcos que se confundían en uno solo y que se volvían a dividir. Todavía humeantes, los cuerpos de seis mujeres de mediana edad yacían en el ribazo, invadiendo la calzada. Al parecer, su vida en exceso libertina, su promiscuidad con la tropa, trasmitiendo enfermedades venéreas a media columna Ortiz, había sido motivo más que suficiente para eliminarlas. Del mismo modo, es posible que su muerte sirviera de chivo expiatorio para, en cierta manera, acallar las voces discordantes de miembros de la burguesía caspolina, aunque en posiciones ideológicas de izquierdas, que consideraba que, en su celo por aplastar de raíz el levantamiento militar, se habían cometido excesos y arbitrariedades en los primeros días de la guerra.

Pila de los Lagañosos

Pila de los Lagañosos

Sea por el crimen de las seis milicianas, o sea por la depuración de buena parte de los elementos que habían hecho armas junto a Negrete durante los días previos al día de Santiago, o sea porque el Consejo de Aragón empezó a dotarse de herramientas jurídicas menos expeditivas que las arriba citadas, este tipo de comportamientos se redujeron enormemente con la entrada del otoño.

Pero nadie, hasta ahora, ha recordado a esas seis mujeres asesinadas en la Pila de los Legañosos.

Roberto

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