Don Manuel Solán Ferrer, «el Boxeador»

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Hace unos días que llegó a mis manos esta fotografía, que primeramente encendió mis recuerdos de la calle vieja, nº 23 3º piso, para a continuación recordar a todos los que vivieron en aquél nº23 de aquél cantón tan hermoso y florido dedicado a la Virgen del Carmen.

Pero hay más. Veo en esa vieja fotografía a un hombre fuerte, un hombre curtido, no por los cuadriláteros, que sí le tentaron en Barcelona, sino un hombre forjado por el duro hierro, las traviesas, por las guardias, los anocheceres unidos a los amaneceres, los descarrilamientos y todos a una, hombro con hombro a dejar expedita la vía.

Y junto a ese hombre veo a mi abuelo, su vecino del segundo, que eran vecinos y que como familia eran, Manuel y Paca, sus hijas  Carmen y Lucia, Carmen y José fueron los que trajeron al mundo al “Ruiseñor de la Calle Vieja” y casó con Alfredo Grañena que tenía una tienda de alimentación y tuvieron entre otros a Alfredo Grañena jr. El hombre al que Caspe terminará por reconocer tanto trabajo baldío.

La tía Lucia y Carmen fueron las últimas habitantes de ese tercer piso de la casa de la Calle Vieja.

Aquella era una vida de unidad, la necesidad obligaba a vivir de otro modo al que lo hacemos ahora. Recuerdo cada vez que D. Manuel pasaba por el descansillo del rellano de la escalera, siempre golpeaba el ventanuco que daba al comedor con su bastón para dar el “que aproveche” o el “buenas noches”.

Las mujeres de la casa no disponían de radio y bajaban a casa de mi abuela Concha todas las tardes a oír la novela “Ama Rosa” Y “San Martín de Porres”. Años más tarde, harían lo propio con la televisión.

Mi abuelo Valentín tenía el “Economato Ferroviario” en Zaragoza que allí se podía adquirir carbón y D. Manuel siempre le encargaba:

– Valentín, tráeme un par de sacos este mes.

Los dejaban bajo el hueco de la escalera.

La unión y la coordinación entre Concha y Paca también fue siempre perfecta a la hora de utilizar el lavadero que había en el patio antes del acceso a la carbonera.

Y es que a esas buenas gentes las he visto a todas. Yo apenas subía las escaleras a gatas: “Mira, mira, como va subiendo el zagal”…

El zagal, D. Manuel, hoy es compañero de usted y de mi abuelo Valentín. De los de la vieja usanza, hoy por ti y mañana por mí. De esos de los que piensan que la palabra compañero lleva muchas virtudes incluidas: Lealtad, compromiso y ayuda mutua.

Ahora bajaríamos a tomar la fresca a la puerta y no darían crédito de lo que les contaría…

SALUD, COMPAÑEROS, Y BUEN SERVICIO.

Carlos Juan Borroy

 

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