Sergio Alentorán: «Creía que nunca iba a ser párroco de Caspe»

Restan menos de 48 horas para que Sergio Alentorán Baeta deje de ser el párroco de su pueblo. Atrás quedan casi tres años de frenética actividad, de compromisos, reuniones, proyectos y de labor pastoral. Dicen, los mayores del lugar, que hace muchos años que no iba tanta gente a la Misa Mayor como la que ha ido de un tiempo a esta parte. Y no nos extraña, porque Sergio ha sido siempre un caspolino muy activo y con un especial don en el trato a los demás. Fue miembro de la Banda de Música durante diez años (el día antes de su ordenación sacerdotal participó en un concierto), ha desempeñado labores de monaguillo desde su más tierna infancia, ha visitado en sus casas a multitud de ancianos y enfermos para asistirles; ha sido y es voluntario en la Residencia de las Hermanitas de los Ancianos; en definitiva, ha sido un chico normal, que, como la gran mayoría, ha crecido disfrutando de la libertad que ofrece la vida en un pueblo.

Sergio nos atiende en su despacho con la afabilidad acostumbrada. Se le nota cansado. La Parroquia de Caspe acarrea un volumen de trabajo notable y una importante responsabilidad, que ha superado con nota desde que la asumió de modo provisional en enero de 2011 y has hoy. Pero los síntomas de cansancio se esfuman cuando nos metemos en harina y empezamos a desgranar estos años de actividad. Sergio habla con la boca y con las manos, domina la expresión corporal y marca los tiempos en su discurso. Y así, con ese buen rollito fraguado en muchos años de amistad y de compartir atril, se desarrolla esta entrevista que hoy reproducimos en su primera parte.

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Asumes la responsabilidad de ser párroco en un momento de crisis, con la comunidad cristiana pendiente de la salud de Antonio Flecha. ¿Cuáles son tus primeros objetivos y, en este momento, qué valoración haces de todo este tiempo vivido?

Recuerdo que el 1 de enero de 2011 es mi primera misa en Caspe. Antonio ya se había ido a Zaragoza por su enfermedad y D. Manuel (obispo de Zaragoza) me pidió que estuviera unas semanas, compaginándolo con mis estudios de Derecho Canónico en Pamplona. Al morir Antonio, me nombran Administrador Parroquial hasta verano, y al final, en octubre de ese año, me nombran definitivamente Párroco de Caspe. He permanecido dos años y medio, pero he vivido tres cursos litúrgicos. Lo que pasa es que ha coincidido con unos acontecimientos que difícilmente se van a repetir. Inaugurar la capilla de la Vera Cruz, que hizo Antonio; todos los actos del Sexto Centenario; el Proyecto Ciudadano, con la verja del Caritatero y después el Museo Parroquial, la visita de los Príncipes, etc. Lo cierto es que han sido algo más de dos años, pero han cundido como seis.

Quiero destacar especialmente la adecuación de un espacio para Museo en la Colegiata, porque nos ha permitido mantener el Cáliz del Compromiso en nuestra ciudad y recuperarlo para los ciudadanos. La creación de un grupo de voluntarios para tener abierta la iglesia los fines de semana ha sido fundamental en e ste sentido.

A nivel de vida parroquial, han sido también años muy intensos. Me ha tocado de todo: enterrar a Antonio, celebrar las bodas de oro de Valentin y Otón, enterrar al propio Otón, luchar para que no cierren los Franciscanos, las jornadas del Lignum Crucis, con la presencia en Caspe, por primera vez en este siglo, de un cardenal. Recuerdo que Otón me decía: «vaya morros tienes! Ningún párroco ha vivido nunca esto».

Mi valoración es muy positiva. Me voy muy contento de Caspe. He encontrado una parroquia llena de vida, con un nutrido grupo de catequistas, con voluntarias para la limpieza de la colegiata, con el grupo de Caritas trabajando sin desmayo, con muchas ganas de hacer cosas y arrimar el hombro todos.

 Algunos creemos que tu ciclo en Caspe todavía no había terminado. ¿Qué te ha quedado por hacer? ¿Qué deberíamos abordar a corto plazo?

Yo hubiera acometido el suelo a nivel que hubiera podido. Pero la espinita que me queda es no abrir una segunda planta del museo. Nos movimos. Hubo esperanzas para lograr una subvención. Pedíamos 130 mil euros para habilitar una zona totalmente perdida a día de hoy. Al final no ha podido ser, pero al menos hemos arreglado un poco el exterior, dentro de nuestros medios, limpiando y aseando el único tramo de cubierta que no está restaurado. La Parroquia ha invertido en ello unos 3 mil euros.

También me duele mucho cómo está la capilla del mudéjar (se refiere a la del Santo Cristo, donde está el armonium). Tiene mucha riqueza y está bastante estropeada. Deberíamos prestarle más atención.

¿Cuál es tu impresión de la vida litúrgica en Caspe? ¿Has visto muchas caras nuevas en las celebraciones?

Es cierto que cuando llegué ví la misa de los domingos algo apagada. Me reuní con los catequistas y empezamos a trabajar unas dinámicas que arrastraran la presencia de niños y mayores a la Eucaristía: reparto de coleccionables, participación activa, etc. Para mí ha sido un éxito, al menos durante el curso escolar, que una media de 60 niños por domingo acudan a la Colegiata a oir misa. Sí, he visto bastante caras nuevas; he percibido que mucha gente, que antes se quedan fuera durante los funerales, entran al templo. Es cierto que procuro hacer unas homilías rápidas, sin saltarme nada del ritual, pero de un modo ligero. Yo también he estado ahi abajo y valoro más importante dar un mensaje breve pero claro y directo.

Pero lo que he agradecido y agradeceré siempre de Caspe es el respeto y el silencio mientras se desarrolla la Misa. La educación con la que se está en la iglesia es ejemplar y ami, como caspolino, me enorgullece, porque dice mucho de un pueblo. Digo ésto porque no es así en muchos otros pueblos, donde te enfrentas a situaciones incómodas cuando no se respeta unas normas básicas de educación.

¿Esperabas tan pronto ser párroco de tu pueblo?

Para nada. De hecho, creía que en mi vida iba a ser párroco de mi pueblo. Nunca pasó por mi mente, porque ninguno de los más de 300 curas que están en la diócesis han ejercido como párrocos en sus localidades de origen. Pensaba que era imposible. De hecho, cuando lo dije en casa se quedaron quietos, porque tampoco se lo esperaban. Y claro, te tienes que oir decenas de veces lo de que nadie es profeta en su tierra, que vayas con cuidado, etc. Bueno, pues a dia de hoy, puedo decir que ser hijo de Caspe ha sido para mi mucha más ventaja que inconveniente.

16 de julio de 2006. Colegiata de Caspe. Ordenación de Sergio Alentorán y Gustavo Máñez

16 de julio de 2006. Colegiata de Caspe. Ordenación de Sergio Alentorán y Gustavo Máñez

Caspe es una parroquia de mucho trabajo. Cuando accedí a ella apenas llevaba cuatro años de cura y venía de una comunidad, Campo Romanos, en la que hacíamos prácticamente una pastoral de mantenimiento. Pero Caspe es distinto. Ésta es una de esas parroquias «de término», como se decía antes, a la se solía acceder por oposición entre muchos candidatos. El párroco era por tanto un sacerdote normalmente experimentado.

Caspe tiene una gran representación religiosa: los franciscanos, las Hermanitas, las Capuchinas, las Anas, cofradías, ermitas, etc. Y tiene más de veinte catequistas que dan servicio a un centenar de niños. Todo ello acarrea mucho papeleo, mucha gestión y sobre todo mucha organización. Es un amplio abanico social en el que tratas con todos.

Valentin Paco y Otón me han tratado como un hijo, pero también como un párroco. Nunca han hecho valer su antigüedad o su veteranía para imponer su criterio. Cada uno ha estado en su papel y eso me ha dado mucha confianza, porque sabía que podía contar con ellos para todo. Yo fui su monaguillo, de ellos lo aprendí todo y siempre les traté con mucho respeto.

Hablemos de la Semana Santa. Obviamente es una celebración religiosa, pero se aprecia cada vez más un componente cultural, incluso folclórico, y antropológico, social, de pertenencia a un grupo. ¿cuál es tu percepción de la semana santa caspolina y del rumbo que va tomando?

Recuerdo la Semana Santa de mi infancia y veo que la hemos conducido por buen camino hasta nuestros días. Lo más importante es que se ha creado realmente una Semana, siete días, desde Domingo de Ramos hasta el toque de Gloria, cargados de actividad, representando con rigor y respeto toda la Pasión de Cristo. Y hay que congratularse de que se haya respetado en cada procesión la meditación a cargo del sacerdote. Por otra parte, el Pregón se ha convertido con todo merecimiento en uno de los actos más representativo.

Cuando afrontamos cada año la Semana Santa debemos hacerlo con una palabra en la mente: RESPETO. Respeto para el que cree y vive esos días desde la Fe; respeto para quienes no creen pero participan igualmente de los actos; respeto de cada cofrade por su hermandad, a la que representa cada vez que viste su túnica; respeto de quienes observan las procesiones, etc. A mi me gusta fijarme en la gente cuando estoy en la procesión. Veo sus expresiones, sus rostros, percibo muchas cosas que de normal pueden pasar desapercibidos a quienes están dentro de una cofradía. Y veo mucho respeto y mucha educación.

He vivido la Semana Santa en Ejea, en Rivas, en Castejón de Valdejasa, en Valderrobres, y la verdad, no es porque se trate de mi pueblo, pero hoy por hoy me quedo con la de Caspe, pero se ha forjado por el camino de la seriedad y del buen hacer.  Como párroco, claro que quiero que se eduquen en la Fe, pero lo más importante es que participen con respeto a todas las creencias e ideas. El respeto es la la base para la buena convivencia y la armonía entre los vecinos.

(Continuará)

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